El peligro de la idolatría

Una vez más Dios quiso guardar a los hijos de Israel de la idolatría. Les dijo: “No hagáis conmigo dioses de plata, ni dioses de oro os haréis”. Estaban en peligro de imitar el ejemplo de los egipcios, y de hacer imágenes que representaran a Dios.


El Señor dijo a Moisés: “He aquí yo envío mi ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él. Pero si en verdad oyeres su voz e hicieres todo lo que yo te dijere, seré enemigo de tus enemigos, y afligiré a los que te afligieren. Porque mi ángel irá delante de ti y te llevará a la tierra del amorreo, del heteo, del fereseo, del cananeo, del heveo y del jebuseo, a los cuales yo haré destruir”. El ángel que iba delante de Israel era el Señor Jesucristo. “No te inclinarás a sus dioses, ni los servirás, ni harás como ellos hacen; antes los destruirás del todo, y quebrarás totalmente sus estatuas. Mas a Jehová vuestro Dios serviréis y él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti”. Éxodo 23:20-25.

Dios quería que su pueblo entendiera que sólo él debía ser objeto de adoración; y que cuando vencieran a las naciones idólatras que los rodearan no debían conservar ni una sola de sus imágenes de su culto, sino que debían destruirlas completamente. Muchas de esas deidades paganas eran muy costosas, y artísticamente confeccionadas, como para tentar a los que habían presenciado el culto idólatra, tan común en Egipto, para que consideraran esos objetos inanimados con cierto grado de reverencia. El Señor quería que su pueblo supiera que a causa de la idolatría de esas naciones, que los había inducido a practicar toda clase de impiedad, él usaría a los israelitas como su instrumento para castigarlos y destruir sus dioses.

“Yo enviaré mi terror delante de ti, y consternaré a todo el pueblo donde entres, y te daré la cerviz de todos tus enemigos. Enviaré delante de ti la avispa, que eche fuera al heveo, al cananeo y al heteo, delante de ti. No los echaré de delante de ti en un año, para que no quede la tierra desierta, y se aumenten contra ti las fieras del campo. Poco a poco los echaré de delante de ti, hasta que te multipliques y tomes posesión de la tierra. Y fíjate tus límites desde el Mar Rojo hasta el mar de los filisteos, y desde el desierto hasta el Eufrates, porque pondré en tus manos a los moradores de la tierra, y tú los echarás de delante de ti. No harás alianza con ellos, ni con sus dioses. En tu tierra no habitarán, no sea que te hagan pecar contra mí sirviendo a sus dioses, porque te será tropiezo”. Éxodo 23:27-33. Dios dio estas promesas a su pueblo con la condición de que le obedeciera. Si servía al Señor plenamente, haría grandes cosas por él. {HR 146.2}

Después que Moisés hubo recibido los juicios de Dios, y los hubo escrito para el pueblo, juntamente con las promesas que se cumplirían si obedecían, el Señor le dijo: “Sube ante Jehová, tú, y Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y os inclinaréis desde lejos. Pero Moisés solo se acercará a Jehová; y ellos no se acerquen, ni suba el pueblo con él. Y Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Jehová y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz y dijo: Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho”. Éxodo 24:1-3.


Moisés no escribió los Diez Mandamientos sino los juicios que Dios les había intimado a observar, y las promesas que se cumplirían con la condición de que los obedecieran. Se las leyó al pueblo, y éste se comprometió a obedecer todas las palabras que el Señor había dicho. Moisés escribió entonces en un libro la solemne promesa de ellos, y ofreció sacrificios al Altísimo en favor del pueblo. “Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. 
Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre estas cosas”. Éxodo 24:7, 8. El pueblo repitió su solemne promesa al Señor de que haría todo lo que él había dicho, y serían obedientes.
Extraído de La Historia de la Redencion

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- Elena G. White


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