El Principio De La Felicidad

«En el principio creó Dios los cielos y la tierra»
Genesis 1:1



Cuando la tierra salió de la mano de su Creador era muy bella. Su superficie era variada con montañas, colinas y llanos, con nobles ríos y bellos lagos; pero las colinas y las montañas no eran abruptas y escabrosas con enormes escarpados y temibles abismos, como lo son ahora; las agudas y escabrosas crestas de la tierra estaban enterradas bajo el fértil suelo, que producía mucha verdura por todas partes. La hueste angélica contempló la escena con deleite, y se regocijó por las obras maravillosas de Dios.

Después que la tierra rebosante de vida vegetal y animal fue llamada a existencia, el hombre, la obra coronadora del Creador, y para quien la bella tierra había sido preparada, fue llamado a acción. Le fue dado dominio sobre todo lo que sus ojos podían ver; porque «dijo Dios, hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree … en toda la tierra… Y creó Dios al hombre a su imagen; varón y hembra los creó.» Aquí se expresa claramente el origen de la raza humana; y el registro divino es tan claro que no hay posibilidad de conclusiones erróneas. Dios creó al hombre a su imagen. No hay misterio. No hay base para la suposición de que el hombre ha evolucionado en lentos grados de desarrollo a partir de las formas más simples de vida animal o vegetal. Estas enseñanzas rebajan la gran obra del Creador al nivel de las concepiones estrechas y mundanas del hombre. Los hombres están tan interesados en excluir a Dios de la soberania del universo que degradan al hombre y le privan de la dignidad de su origen. Aquél que puso las estrellas en lo alto y tiñó con delicado cuidado las flores del campo, que llenó la tierra y los cielos con las maravillas de su poder, cuando vino a coronar su obra gloriosa, poniendo a alguien en el medio como soberano de la bella tierra, no fracasó en crear un ser digno de la mano que le dio vida.

La genealogía de nuestra raza, como fue dada a la inspiración, remonta su origen, no a una línea de gérmenes, moluscos y cuadrúpedos en desarrollo, sino al gran Creador. Aunque formado del polvo Adán era «el hijo de Dios».

El hombre debía poseer la imagen de Dios, en la apariencia externa y en carácter. Sólo Cristo es «la imagen misma» (Hebreos 1:3) del Padre; pero el hombre fue formado a la imagen de Dios. Su naturaleza estaba en armonía con la voluntad de Dios. Su mente era capaz de comprender las cosas divinas. Sus afectos eran puros; sus apetitos y pasiones estaban bajo el control de la razón. Era santo y feliz llevando la imagen de Dios y permaneciendo perfectamente obediente a su voluntad.

Cuando el hombre salió de las manos del Creador era de sublime estatura y perfecta simetría. Su semblante tenía el matiz colorado de salud y resplandecía con la luz de vida y gozo.

Dios mismo le dio a Adán una compañera. Le proporcionó «una ayuda idónea» —una ayuda correspondiente a el—una que era apropiada para ser su compañera, y que podia ser uno con el en amor y compasión. Eva fue creada de una costilla tomada del lado de Adán, señalando que ella no debía controlarle como la cabeza, ni tampoco ser pisoteada como inferior, sino estar a su lado como su igual, para ser amada y protegida por él.
Despues de descansar el séptimo día, Dios lo santificó, lo separó, como un diá de reposó para el hombre. Siguiendo el ejemplo de su Creador, el hombre debía descansar en este día santo, para que contemplando los cielos y la tierra, pudiera meditar en la gran obra de la creación de Dios.

El gran Jehová había puesto las fundaciones del mundo; había vestido la tierra de vestidura de belleza y la había llenado con cosas útiles al hombre; había creado todas las maravillas de la tierra y del mar. En seis días la gran obra de la creación fue consumed. Y Dios «reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios el día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó Dios de toda la obra que había hecho en la creación.“ Dios vio con satisfacción la obra de sus manos. Todo era perfecto, digno de su divino autor, y Él reposó, no como alguien que estaba cansado, sino satisfecho de los frutos de su sabiduría y bondad y las manifestaciones de su gloria.

Despues de descansar el séptimo día, Dios lo santificó, lo separó, como un día de reposó para el hombre. Siguiendo el ejemplo de su Creador, el hombre debía descansar en este día santo, para que contemplando los cielos y la tierra, pudiera meditar en la gran obra de la creación de Dios; y para que al contemplar las evidencias de la sabiduría y bondad de Dios, su corazón se llenase de amor y reverencia por su Hacedor.

En Edén, Dios instituyó el memorial de su obra creadora, poniendo su bendición en el séptimo día. El día de reposó fue encomendado a Adán, el padre y representante de toda la raza humana. Su observancia debía ser un acto de reconocimiento agradecido de parte de todos los que morarían en la tierra, de que Dios era su Creador y su justo Soberano; que eran la obra de sus manos y los sujetos de su autoridad. De esta manera la institución era totalmente conmemorativa, y dada a toda la humanidad. No había en ella nada oscuro o de aplicación restringida a ciertas personas.

Dios vio que un día de reposó era esencial para el hombre, incluso en el paraíso. Necesitaba dejar de lado sus propios intereses y ocupaciones un día de los siete, para que pudiera contemplar más completamente las obras de Dios y meditar en su poder y bondad.

Necesitaba un día de reposó para recordarle a Dios más vivamente y para despertar la gratitud porque todo de lo que disfrutaba y poseía vino de la mano benévola del Creador.

Dios quiere que el día de reposó dirija las mentes de los hombres a la contemplación de sus obras creadas. La naturaleza se dirige a sus sentidos, declarando que hay un Dios viviente, el Creador, el Dirigente supremo. «Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría.» Salmo 19:1, 2. La belleza que viste la tierra es un símbolo del amor de Dios. Podemos contemplarlo en las colinas eternas, en los nobles árboles, en los capullos que se abren y las delicadas flores. Todo nos habla de Dios. El sábado, señalando a El que los hizo, dice a los hombres que abran el gran libro de la naturaleza y encuentren en él la sabiduría, el poder y el amor del Creador.

Via | Project Restore

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- Elena G. White


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