Todos conocemos y convivimos con gente insoportable dentro de la iglesia. Gente molesta, pretenciosa, mentirosa, engañosa, hipócrita, arrogante, sin noción, inconveniente, ofensiva, sin límites, irritante, sin amor. Son tantos los adjetivos que hacen a una persona insoportable que se queda hasta difícil listarlos a todos. Pero ellas están ahí, forman parte de nuestra vida, la convivencia generalmente es obligatoria y no hay manera: estamos obligados a compartir ambientes, conversaciones, tareas o simplemente la presencia de ellas. La pregunta es: ¿cómo soportar a las personas insoportable que conviven con nosotros en la iglesia?
En esa hora, como en todo en la vida, tenemos que volver nuestros ojos a las Sagradas Escrituras en busca de respuestas. Porque si actuamos según nuestra carne, simplemente vamos a empezar a pelear, ofender, cortar relaciones y tener otras reacciones nada espirituales con respecto a esas personas insoportables. Cuando, en realidad, Jesús desea que consigamos convivir con lo diferente. Porque si te detienes a pensar, la persona no es más que una «persona diferente» de ti. En una familia, por ejemplo, donde todos hablan a voz baja, el insoportable es aquel primo que habla alto como un italiano. En una familia de italianos, el insoportable puede ser aquel que no participa del desorden, como aquel primo que se comporta como un inglés. Entonces, ser o no ser insoportable depende de lo diferente que alguien es de ti.
Y, te voy a contar un secreto: la abrumadora mayoría de la gente es diferente de ti. Por lo tanto, insoportable. Dentro de la iglesia, entonces, donde todos deberían ser un amor y actuar según el ejemplo de Cristo, el coeficiente de insoportabilidad es enorme. ¿Qué hacer? ¿Dejar de ir a la iglesia? ¿Fugir de la comunión? Pablo toca el asunto en Efesios 4. Él dice:
Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,
Observa: de todas las actitudes que el apóstol podría recomendarnos tener, él nos manda luego «soportándoos con paciencia los unos a los otros«. Y si usted está pensando bien, ciertamente no está mandando soportar a quién es gente fina, a los carismáticos, o as los que nos hacen reír. Se está refiriendo a los insoportables. Pero, ¿y dónde, cuál es el secreto para lograrlo? ¿Cómo soportar los insoportable como la Biblia manda? El secreto es lo que Pablo dice luego: «soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor». Amor: esa es la fórmula mágica. Esto se confirma cuando leemos 1 Corintios 13.7:
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Sí, el amor todo soporta, incluso lo que es insoportable. Si no, no sería «todo». «Pero hablar de amor es fácil», alguien podría argumentar, «a la hora de lidiar con la persona insoportable quiero ver amar de verdad». Sólo que ese amor no se restringe a un sentimiento fácil. Exige esfuerzo. Exige la conciencia de que de él depende la unión del Cuerpo de Cristo. Observa lo que el apóstol Pablo dice en Efesios enseguida a «soportándoos unos a otros en amor»:
solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;
Amar aquí es una actitud presentada como algo que exige esfuerzo. Y no un esfuerzo cualquiera, sino un esfuerzo «diligente», o sea, con celo, con cuidado, con dedicación. ¿Y con qué finalidad? «Preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz».
Dios desea paz para su Iglesia. Quiere paz para cada miembro de su Cuerpo. Para la gente amable, pero también para los insoportable. Jesús nunca prometió que en la congregación de los santos todos serían personas fantásticas, nuestros mejores amigos. Tenemos que amar a todos los que allí están, lo que significa un gran esfuerza. Usted ciertamente sabe quién son los insoportables de su iglesia. Ámalos. Ápoyalos. Esfuércese en este sentido. Y hazlo con celo. Porque esa es la única forma posible de que exista unidad en la Iglesia.
Ah, sólo otra cosa: nunca olvides que el insoportable de tu iglesia puede ser… tú.
Por Maurício Zágari
Pensamiento de hoy
- Elena G. White
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