En Lucas 15, Jesús propone una parábola, que se conoció como «La parábola de la oveja perdida«. Dice:
«Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.».
Generalmente, el enfoque de esta parábola está en la oveja que se perdió y el buen pastor fue a buscarla. Cuando se hace un sermón al respecto, el predicador usualmente se enfoca en esa oveja, la necesidad de evangelizar, de ganar almas. Quiero hacer lo contrario: mi enfoque aquí es hablar sobre las 99 ovejas restantes.
En el contexto, Jesús aclara que esas 99 representan «noventa y nueve que no necesitan arrepentimiento», es decir, cristianos salvos, aquellos que son parte de la Iglesia. Estos 99 representan a aquellos que viven una vida eclesiástica justa, van a los servicios, están dentro de la conformidad. Pero sigo pensando en las crisis y los problemas que tienen. En las ovejas de estas 99 personas que sufren de sarna, tienen garrapatas, han comido mala hierba y tienen dolor de estómago, tienen sed.
Una cosa que muchos no notan en esta parábola es donde el pastor deja estas ovejas: en el desierto. El desierto es un lugar donde uno muere de calor durante el día y se congela en el frío de la noche. Lleno de escorpiones, serpientes venenosas, escasez de agua, tormentas de arena y otros dolores. Es un lugar horrible para estar. Tal es el mundo en el que vivimos.
Generalmente, cuando escuchamos esta parábola, sólo recordamos el gozo del regreso de las ovejas perdidas, del júbilo que hay en el Cielo por su regreso. Pero no pensamos en el sufrimiento de los 99 que quedaron. Porque después de que el pastor llega con la oveja perdida y se regocija con sus amigos, se le unirá al rebaño. Y las cien se quedarán allí, en el desierto, con todos estos problemas.
Hay que evangelizar, pero también cuidar de las ovejas
Sí, hay que evangelizar. Pero no es suficiente ganar almas y arrojarlas al corral. Si no nos cuidamos, cepillamos, alimentamos, quitamos las garrapatas, enseñamos sobre el peligro de una serpiente venenosa, y abandonamos a las ovejas a un frío y calor insoportables, pueden ser tan infelices que buscarán una vida mejor y la paz en otra parte. Y cuando te das cuenta, una se quedó y 99 se fueron, huyeron, salieron en busca de diferentes pastos.
Desde mi conversión, escucho mucho sobre «ganar almas». He escuchado a un pastor decir «la misión de la Iglesia es ganar almas». No es. La misión de la Iglesia, sobre todo, es glorificar a Dios. Luego, es hacer discípulos. Mateo 28:19 dice: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;».
Es decir, no basta salir y evangelizar: es necesario discipular. Cuidar, Celar, Educar, Fortalecer, Enseñar, Solidificar la fe demostrada en el día de la conversión.
Cada vez que lea la Biblia, lea lo que dice. Pero escuche lo que ella no dice. La oveja perdida es la protagonista de la parábola. Nunca olvides a los personajes secundarios, para que no se conviertan en protagonistas.
Paz a todos los que están en Cristo.
Por Mauricio Zágari, via apenas
gracias por compartir he quedado pensando en aquellas 99 y posiblemente ser parte con ellas…