TRES PASOS DE GIGANTE HACIA EL CIELO
Objetivo: Impresionar en los jóvenes la urgencia de prepararse para el cielo, y proporcionarles ayuda definida para efectuar dicha preparación.
Base Bíblica: Judas 24 |
Tema General: Vida Cristiana |
Himnos: 265 y 378 HA, «Yo te seguiré» y «¡Firmes y adelante!» Tener música especial durante el programa |
Publicidad: Tenga una forma original e interesante de anunciar este programa una semana antes del mismo. |
Presupuesto: Papel, Lapices, tijeras Recursos Adventistas Enciclopedia Ministerio Juvenil. |
INTRODUCCION DEL TEMA
Los niños y las niñas juegan a veces un juego que consiste en salir todos juntos de una línea para llegar a otra, dando cierta clase y cierto número de pasos que va estipulando la persona que dirige el juego. A veces pueden ser solamente pasos de bebé. Naturalmente, con ello se avanza poco. Otras veces, hay que dar pasos de gigante. Entonces hay que ver a los niños como los dan con todas sus fuerzas mientras se dirigen al blanco, esperando alcanzarlo. Antes de que suene el silbato de la maestra que anuncia
la terminación del recreo.
Todos nosotros jugamos un juego semejante en la vida, pero si no ganamos, las consecuencias son mucho más graves. Nuestro blanco es el cielo. Y debemos avanzar y ascender tan rápidamente como nos sea posible. Algunos jóvenes están dando nada más que pasos de bebé en su marcha hacia el cielo, cuando pudieran y debieran dar pasos de gigante. ¿Qué ocurriría si el gran Dirigente de todo el universo indicara que el tiempo de los tales ha terminado y ellos no hubieran avanzado lo suficiente en la vida cristiana como
para alcanzar el blanco? ¡Qué tragedia significaría quedarse por el camino habiendo, quizá, casi llegado, y entonces, por su propia obstinación, encontrarse perdidos!
Quizá recordemos la historia del Royal Charter, un magnífico crucero que hizo un viaje alrededor del mundo. Su itinerario indicaba que llegaría al puerto de Liverpool en una determinada mañana. Aguardaban su llegada bandas de música y miles de personas que le darían la bienvenida al arribar al puerto de su
patria. Más de un corazón latía por la emoción de su retorno. Pero he aquí que la esperanza se trocó en desesperación y el desbordante gozo en profundo pesar; porque el espléndido barco
que había navegado triunfante a través de muchos mares, se fue a pique casi a la vista del puerto de su patria. Al Dr. Taylor le cupo en suerte llevar la dolorosa noticia al hogar del primer piloto que
pereció juntamente con el Royal Charter. Entró en el feliz hogar donde todo estaba apercibido. Hasta la comida aguardaba lista el retorno del ausente. No era fácil entregar el mensaje y tener que
ver a ese grupo de personas rebosantes de felicidad, descender de las alturas del gozo a las profundidades de la aflicción. «iOh, Dios mío! -exclamó transida de dolor la angustiada esposa: – ¡tan cerca
del hogar y sin embargo perdido!»
La visión de esta escena nos oprime el corazón. Pero ¡cuál no será la pena experimentada por el Maestro al ver a algunos que casi llegaron al hogar, pero que están ahora siguiendo ciegamente una conducta que los conducirá a una ruina segura y eterna! Sí, ¡qué tragedia es estar tan cerca del hogar, y sin embargo
perderse! ¡Qué tragedia haber crecido en un hogar cristiano, tener padres cristianos, haber asistido a una escuela cristiana, saber que el tiempo de angustia cerrará la historia del mundo, y que entonces
Jesús vendrá y nos llevará a un lugar mejor, y no obstante, sabiendo todo esto, no prepararse, y perderse!
Para que éste no sea nuestro caso, busquemos fervientemente a Dios en nuestras reuniones de los MA, y también en nuestra devoción diaria. Y mientras lo hacemos, Jesús nos invita a dar cuidadosamente y con un espíritu de oración, tres grandes pasos de gigante en nuestra marcha hacia el cielo.
ARREPENTIMIENTO
El primer paso es ARREPENTIMIENTO. «Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que venga de la presencia del Señor tiempos de refrigerio.» (Hech. 3;19). El arrepentimiento significa sentir tanto pesar por nuestros pecados que nos apartemos de ellos y dejemos de cometerlos.
Tengamos cuidado, no sea que Satanás nos engañe con un arrepentimiento falso. ¿Ha tratado alguna vez un hermanito nuestro de sacar un bizcocho del armario, y de repente llega mamá y lo sorprende? ¿Recordamos
cómo repetía vez tras vez; ‘»Lo siento, mamá, no lo voy a hacer otra vez», al par que se alejaba retrocediendo? ¿Por qué retrocedía? ¿Si realmente lo sentía, por qué no corría hacia mamá Y le ponía
los brazos alrededor del cuello? ¿Sería porque temía recibir unos azotes? Temo que ésa fuera la razón. No pensaba en el acto malo que había cometido, sino en el castigo que iba a recibir. Su arrepentimiento o tristeza por el pecado no era genuino. Era una falsificación. Todavía seguía queriendo el bizcocho, esto es, el
PECADO, pero no quería los azotes, es decir, el CASTIGO.
Algunos que son mayores que el hermanito, actúan, no obstante, de la misma manera. Su corazón sigue aún amando el mundo y sus pecados, pero temen el castigo que corresponde al pecador. Sirven a Dios y asisten a la iglesia porque temen no hacerlo, pero sus corazones nunca estuvieron en ello y la vida cristiana no les significa en realidad gozo alguno. Están ansiosos de imitar al mundo cada vez que encuentran una buena excusa para hacerlo, de manera que su conciencia no les moleste demasiado. No se sienten realmente tristes por sus pecados, porque todavía los aman. Para que podamos sentir pesar por el pecado, tenemos
realmente que odiarlo.
El odiar el pecado no es algo natural en los seres humanos caídos como nosotros, pero es muy necesario si deseamos tener un hogar en un cielo donde no existe el pecado. ¿Cómo logramos aprender a odiar el pecado y llegamos a ser capaces de dar este primer paso de gigante hacia el cielo, el paso del verdadero arrepentimiento? La única respuesta es que Jesús debe capacitamos para ello. (Hech. 5:31). El arrepentimiento es un don así como lo es la salvación. ¿Cómo obtenemos ese don? Sencillamente por no rehusamos a recibirlo.
Hace años hubo una época, en la gran ciudad de Londres, cuando muchas personas carecían de trabajo y de dinero. Muchos pasaban hambre. Cierto día un hombre rico compró toda la existencia de arenque que llevaba un vendedor ambulante y le pidió que la tomara y la regalara a la gente. Caminó éste de una punta a la otra de la calle anunciando: «Arenques gratis; arenques gratis»; pero la gente tan sólo se rió de El. No podían creer que eso fuera cierto. Finalmente, después de haberse unido a él el hombre rico para
vocear: «Arenques gratis», algunos golfillos desarrapados y ciertos mendigos tullidos decidieron aceptar el ofrecimiento, y pronto se encontraron con las manos llenas de alimento. Entonces los otros comenzaron a llegar y pidieron compartir la oferta, pero los arenques se habían terminado. «Ustedes se . van sin nada por su incredulidad», les regañó el vendedor.
De la misma manera ofrece dar Jesús a los que lo aceptan, arrepentimiento, genuina tristeza y odio por el pecado. De hecho, si no hemos tratado de resistir a su amor, seremos atraídos hacia él Y sentiremos un nuevo deseo de hacer lo recto porque es recto, porque Jesús nos ha enseñado a amar la justicia y a odiar la
iniquidad.
«El pecador puede resistir a este amor, puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se resiste, será atraído a Jesús; el conocimiento del plan de la salvación le guiará al pie de la cruz, arrepentido de sus pecados, los cuales causaron los sufrimientos del amado Hijo de Dios.» -El Camino a Cristo. pág. 27.
ACTO DE CONTRICIÓN
Por Pablo De Olavide
¡Pequé, pequé, Señor, en tu presencia!
¡osado te insulté! fui tu enemigo;
mas, perdón; justifica tus promesas,
y venza la piedad en tus juicios.
Mas tú, que la verdad amas piadoso,
te has dignado mostrarme, compasivo,
de tu sabiduría los secretos,
y de la confesión el beneficio.
Allí me rociarás con el hisopo,
con la sangre preciosa de tu Hijo
me lavarás, y quedaré con ella
más blanco que la nieve y el armiño.Porque si tú quisieras otra ofrenda,
ninguna te negara el amor mío,
pero no quieres tú más holocausto
que un puro amor y un ánimo sumiso.
Un espíritu fiel y atribulado
para ti es el más digno sacrificio,
y nunca has despreciado los clamores
de un corazón humilde y compungido.
CONFESION
El segundo paso de gigante hacia el cielo es la CONFESION del pecado. «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta, alcanzará misericordia» (prov. 28:13).
El pecado se ha vuelto odioso para nosotros. Deseamos libramos de él. N o hay otra forma de librarse de los pecados sino confesándolos. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiamos de toda maldad.» (1 Juan 1:9).
Pero a veces encontramos que es difícil admitir que estamos equivocados, especialmente si tenemos que hacerlo frente a quienes hemos perjudicado, mentido o robado. Pero no hay otra forma de hallar perdón y paz.
Dios ha señalado cuidadosamente la única clase de confesión que es aceptable para él.
1. Todos los pecados deben confesarse a Dios. (Sal. 32:5).
2. Los pecados cometidos contra una persona deben confesarse a esa persona. (Sant.5:16).
3. Ya sea que hagamos nuestra confesión a Dios o a otra persona, debemos mencionar por nombre exactamente el pecado del cual somos culpables. (Lev.5:5).
4. Si hemos robado algo a Dios o a alguien, debemos hacer un esfuerzo honesto por restaurarlo en cuanto sea posible, antes de que nuestra confesión pueda considerarse sincera. (Eze.33:14-16).
5. Debemos estar dispuestos a perdonar, de la misma manera como queremos ser perdonados. (Mat. 6:14, 15). Este es realmente uno de los mayores y más difíciles pasos en nuestra marcha hacia el cielo. Pero también nos proporciona una de las mayores recompensas: la paz y el gozo que uno experimenta al
saber que sus pecados están perdonados y que el registro está limpio en los libros del cielo.
FE
El tercero y último paso de gigante hacia el cielo es la FE en Jesús.
«Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo», (Hech. 16:31). Sí, simplemente creyendo que Jesús ha querido decir lo que dice en cada palabra que pronunció, y que cumplirá cada promesa que hizo, nos acercará tanto al cielo que nunca querremos volver otra vez a nuestra vida mundana.
Muchos jóvenes sinceros se han arrepentido de sus pecados y confesado cada falta de la cual tenían memoria, y no obstante no encontraron la paz del corazón. Puede haber solamente una razón para ello: no creyeron realmente que Jesús cumpliría su parte del convenio y no sienten que sus pecados han sido perdonados. No sienten que han recibido un nuevo corazón. No sienten que en alguna parte del universo, quizá a billones de años de luz de distancia, en el santuario celestial, los libros que contienen el registro de su vida han sido abiertos y se ha escrito la palabra «perdonado» frente a cada pecado suyo. ¡Como si tales cosas pudieran sentirse! ¡Por supuesto que no pueden sentirse! No obstante son ciertas. y si jamás esperamos sentimos felices en su servicio, debemos creer que nuestro Dios es un Dios digno de
confianza.
«No aguardes hasta sentir que estás sano, mas di: ‘Lo creo; así es, no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido.» -El Camino a Cristo. pág. 51.
De manera que, pensando en el amor y la misericordia divinos y confiando en ellos, daremos este último paso de gigante hacia la felicidad y hacia el cielo: la fe.
¡Tres pasos de gigante hacia el cielo! Cuán importante es que los demos, no solamente una vez en la vida, sino cada día. De hecho, cada vez que sabemos que hemos cometido algún pecado, debemos arrepentimos, confesarlo y creer. Nunca estaremos seguros si nos detenemos en nuestra marcha en estos momentos
finales de la historia, porque este mundo se asemeja a ciertos ríos anchos y playos en los cuales el lecho está cubierto de arenas movedizas. Mientras marchamos, podemos andar por ellos con seguridad. Pero en el instante en que nos detenemos, las peligrosas arenas comienzan a engolfarnos. ¡Sea siempre nuestro lema: «¡Adelante!, con toda prisa hacia el reino de Dios!
(Himno de clausura: «¡Firmes y Adelante!», No. 378 del Himnario Adventista).
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«Pocos creen de todo corazón y alma que tenemos un infierno que rehuir y un cielo que ganar.» El Deseado de Todas las Gentes, pág. 590.
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«Que nuestros hijos sean como plantas crecidas en su juventud; nuestras hijas como las esquinas labradas a manera de las de un palacio.» (Sal. 144:12).
Pensamiento de hoy
- Elena G. White
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