“Acerca de los santos hombres de la antigüedad está escrito que Dios no se avergonzaba de ser llamado su Dios. La razón dada es que en lugar de codiciar las posesiones materiales o de buscar la felicidad a través de planes y aspiraciones mundanas, colocaban su todo sobre el altar de Dios y lo utilizaban para el avance de su reino. Vivían sólo para la gloria de Dios y declaraban cándidamente que eran forasteros y peregrinos sobre la tierra en busca de una patria mejor; es decir, la celestial. Su conducta daba evidencia de su fe. Dios les podía confiar su verdad y dejar que el mundo recibiera de ellos el conocimiento de su voluntad.
¿Cómo mantiene hoy el pueblo de Dios el honor de su nombre? ¿Cómo deducirá el mundo que son un pueblo especial? ¿Qué pruebas hay de que son ciudadanos del cielo? El comportamiento de complacencia propia y comodidad que siguen le da el mentís al carácter de Cristo, quien si los honrara de una manera señalada ante el mundo, estaría con ello aprobando esta falsa representación de su carácter.
Me dirijo a la iglesia de Battle Creek: ¿Qué clase de testimonio estáis dando al mundo? Al presentárseme vuestro proceder, me fueron señaladas las casas que recientemente han sido construidas por nuestro pueblo en esa ciudad. Estos edificios son otros tantos monumentos de vuestra incredulidad para con las doctrinas que profesáis. Ellos predican sermones más efectivos que ninguno de los que se predican desde el pulpito. Vi que los mundanos, mofándose y riéndose, los señalan como una negación de nuestra fe. Proclaman lo que sus dueños han estado diciendo en su corazón: «Mi señor se tarda en venir».
Contemplé la manera de vestir y escuché la conversación de muchos que profesan la verdad. Ambas cosas se oponían a los principios de la verdad. El vestido y la conversación revelan lo que más atesoran los que dicen que son peregrinos y advenedizos sobre la tierra. «Son del mundo; por lo tanto, hablan del mundo, y el mundo los oye».
Una llaneza y sencillez puritánicas debieran identificar las moradas y la vestimenta de todos aquellos que creen las solemnes verdades para este tiempo. El empleo de recursos para el vestido o el adorno de nuestras casas es un gasto innecesario del dinero del Señor. Constituye una defraudación de la causa de Dios para la satisfacción del orgullo. Nuestras instituciones están sobrecargadas de deudas ¿y cómo hemos de esperar que el Señor conteste nuestras oraciones en favor de su prosperidad cuando no estamos haciendo lo posible para aliviar su apuro económico?
Me dirijo a vosotros como Cristo a Nicodemo: «Tendréis que renacer«. Los que son gobernados por Cristo en su interior no sentirán ningún deseo de imitar la ostentación del mundo. Llevarán consigo a todas partes la bandera de la cruz, siempre dando testimonio de propósitos más elevados y de temas más nobles que aquellos en que están absortos los mundanos. Nuestra vestimenta, nuestras casas, nuestra conversación, debieran dar testimonio de nuestra consagración a Dios. ¡Cuánto poder acompañaría a los que dieran muestras de haberlo dejado todo por Cristo! A Dios no le avergonzaría reconocerlos como hijos suyos. El bendeciría a su pueblo dedicado, y el mundo incrédulo le temería.
Cristo anhela trabajar poderosamente mediante su Espíritu en favor de la convicción y conversión de los pecadores. Pero, conforme a su divino plan, la obra ha de hacerse mediante el instrumento de su iglesia, y sus miembros se han apartado tan lejos de él, que no puede llevar a cabo su voluntad a través de ellos. Dios escoge trabajar a través de ciertos medios; sin embargo, los medios que emplea han de estar en armonía con su carácter.
¿Quiénes hay en Battle Creek que sean fieles y leales? Que se pongan del lado del Señor. Si deseamos estar en una posición donde Dios pueda usamos, tendremos que poseer tanto una fe como una experiencia personales. Sólo los que confían enteramente en Dios están seguros ahora. No hemos de seguir ningún ejemplo ni depender de ningún apoyo humano. Hay muchos que constantemente asumen puntos de vista equivocados y hacen malas movidas; si confiamos en su dirección nos desviaremos.
Algunos que profesan ser portavoces de Dios niegan su fe por medio de su vida diaria. Les presentan a la gente verdades importantes; pero, ¿a quiénes les impresionan estas verdades? ¿Quiénes se convencen del pecado? Los que oyen, saben que los que hoy predican, mañana serán los primeros en unirse al placer, la hilaridad y la frivolidad. Su influencia fuera del pulpito apacigua la conciencia de los impenitentes y hace que el ministerio sea despreciado. Ellos mismos están dormidos en los umbrales del mundo eterno. La sangre de las almas mancha sus ropas.
¿En qué han de ocuparse los fieles siervos de Cristo? «Orando en todo tiempo con toda oración y súpli-ca en el Espíritu» (Efe. 6:18), orando en la cámara secreta, con la familia, en la congregación, en todo lugar; «y velando en ello con toda perseverancia». Ellos sienten que las almas están en peligro y con una fe dedicada y humilde oran por el cumplimiento de las promesas de Dios en su favor. El rescate pagado por Cristo, su expiación sobre la cruz, está siempre delante de ellos. Anhelarán tener almas como sello de su ministerio.
El reproche del Señor recae sobre su pueblo por causa de su altivez e incredulidad. No les devolverá el gozo de su salvación mientras que se aparten de las instrucciones de su palabra y de su Espíritu. Otorgará su gracia a los que le temen y andan conforme a la verdad, y retraerá su bendición de todos los que se asimilan al mundo. A los humildes y arrepentidos se les promete misericordia y verdad, y se pronuncian castigos sobre los rebeldes.
La iglesia de Battle Creek pudo haberse mantenido libre de idolatría, y su fidelidad hubiera sido un ejemplo para otras iglesias; pero está más dispuesta a apartarse de los mandamientos de Dios que a renunciar a su amistad con el mundo. Está unida a los ídolos que ha escogido; y, debido a que disfruta de prosperidad temporal y del favor del mundo impío, se cree rica para con Dios. Esto resultará ser un en-gaño fatal para muchos. Su carácter divino y fuerza espiritual se han apartado de ella.
A esta iglesia le aconsejo que atienda la amonestación del Salvador: «Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido» (Apoc. 2:5)”. 5T:175-178.
Pensamiento de hoy
- Elena G. White
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