Cuando se ama a Dios y al pecado

Una revista cristiana publicó no hace mucho un impresionante artículo. En el mismo se relata cómo un pastor durante un período de varios años había actuado como minis­tro de Dios y como alguien adicto a experiencias sexuales ilícitas.¿Qué implicaba aquello? Primero, una obsesión por la pornografía y la lectura de revistas como Playboy, Penthouse y otras del mismo te­nor. Segundo, visitas a clubes donde trabajan bailarinas desnudas. Y aún más: era cliente regular de varias prostitutas.

Aquel pastor ejercía un ministerio que lo obligaba a viajar frecuentemente, Fue así como surgieron muchas oportunidades para que su pecado floreciera y creciera.

Cuando se ama a Dios y al pecadoAhora bien, aquí está el punto irónico y doloroso. Aquel ministro cristiano amaba a Dios. Predicaba acerca de Dios, y en su corazón sentía lo que predicaba. Él creía en los principios de la fe cristiana, y había entregado su vida a Jesús. Si alguien alguna vez estaba consciente de su propia incapacidad, era aquel hombre, aquel pobre pastor. Él amaba a Jesús, pero también al sexo ilícito; los dos amores pugnaban por coexistir. Trataba de manejar una vida imposible.

Esto nos conduce a una de las más difíciles discusiones que puedan existir en el proceso de llegar a ser un cristiano nacido de nuevo. ¿Qué hace una persona cuando su amor por Jesús y el pecado acariciado tratan de coexistir? 

El caso de aquel pastor puede parecer extremo; pero únicamente porque los pecados de naturaleza sexual parecen ser peores que los demás. En el lenguaje eclesiástico se le llama a esto, «caída moral».

Pero, ¿es más grave esta caída que la violación del resto de los mandamientos? 

¿Cuántos de nosotros hemos intentado amar a Jesús y al dinero? ¿Amar a Jesús y al orgullo? ¿Amar a Jesús y practicar el hábito de la deshonestidad y el engaño? Cada uno de nosotros alguna vez ha expe­rimentado el mismo dilema: tratar de vivir entre dos aguas al mismo tiempo. De modo que este es un problema de orden práctico.

La decisión más radical de su vida: ¿Qué significa llegar a ser cristiano? ¿Qué significa ser «cristiano a diario»? Espero que usted esté pensando en dos cosas: primero, ¡cuán desafiante es este asunto de cambiar la vida! Y segundo, cómo un libro o cientos de ellos, son inadecuados para dar fin a esta impor­tante discusión.

La Biblia advierte que existe una «guerra entre dos fuerzas», aun en los corazones de los creyentes, y muy especialmente en los corazones de aquellos que aman a Dios. Jesús mismo advirtió: «Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro … No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mat. 6: 24). Dios y el dinero, simplemente es una de las muchas «dualidades» que nosotros humana­mente tratamos de sostener. Jesús fácilmente pudo haber dicho: «No se puede servir, a Dios y al orgullo; a Dios y al sexo; a Dios y al egoísmo: a Dios y a las posesiones materiales». En la larga carrera cristiana. Jesús afirma: «No es posible servir a ambos a la vez».

¿Qué significa todo lo anterior para aquel pastor de la historia inicial? He aquí un hombre que amaba a Dios. ¡Realmente lo amaba! Pero él lucha con otro deseo dominante al mismo tiempo. Es una tragedia pretender que podemos amar a Dios y al mundo y sus placeres. Usted no puede servir a ambos; usted no quiere servir a ambos, pero es exactamente lo que hace, y allí es donde se encuentra en un momento dado. 

¿Y sabe qué? Usted no es el único que tiene este conflicto. Aquel pastor era un creyente tan sincero como el apóstol Pablo, quien describió exactamente este sentimiento conflictivo de la siguiente manera:

«Porque lo que hago no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago» (Rom 7: 15).

¡Esa misma fue la experiencia de Pablo! Él era un fiel creyente. En el siguiente versículo admite: «Apruebo que la ley es buena». Pero en los versículos 18 y 19, repite su agonía, su problema: «Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago».

Ese es el problema, en pocas palabras: Amar a Dios y librar una lucha de amor/odio con el pecado al mismo tiempo. Es algo que se hace durante toda la vida. Usted tiene dos maestros y sabe que no puede ser­vir a ambos. 

¿Es esta una experiencia placentera? El pastor que escribió a la revista cristiana, se sentía muy mal. ¡Agonizaba! Su vida era un infier­no; era arrastrado en dos direcciones opuestas. Pablo también experimentó esa misma agonía; lea el versículo 24: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?»

Antes que vayamos a las buenas noticias que siguen en el próximo versículo, formulemos la gran pregunta: Se considera usted todavía cristiano mientras se debate en medio de un conflicto? ¿Está usted salvo o perdido? 

Amigo, la respuesta a esta pregunta es alentadora. Por favor, continúe conmigo y mantenga su Biblia abierta a medida que avanzamos.

A fin de descubrir la verdad bíblica sobre este tema, vamos a trans­portamos al Nuevo Testamento, y nos detendremos en el Evangelio de Marcos, el capítulo 9. Allí encontramos un incidente protagonizado por Jesús y los doce discípulos al llegar a Capemaum. Él los sorprendió con una pregunta: «¿Qué disputabais entre vosotros en el camino?» (vers. 33).

Este es un tipo de pregunta que quien la formula, por lo general conoce de antemano la respuesta. ¿Le ha pasado esto alguna vez?

La maestra de tercer grado pregunta: «¿Quién rompió la ventana?» La madre pregunta: «¿Dónde dejaste tu libro de geometría?» ¿Ve usted?, ella sabe dónde está; por esa razón lo pregunta. Y cuando Jesús

les dice a sus discípulos: «¿De qué hablaban mientras veníamos en camino?» él ya sabía la respuesta, ¿o no?

Los discípulos no responden. Hay un largo e incómodo silencio du­rante el cual nadie dice nada. Ellos sacuden el polvo de sus sandalias, miran al piso y fruncen el entrecejo, o miran a la distancia. El versícu­lo 34 dice: «Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor». Otra versión dice: «Mas ellos se quedaron quietos».

Quiero enfatizar dos puntos al respecto, porque estos dos textos tie­nen un significado muy profundo para nosotros. Primero, los doce eran discípulos de Jesús, hombres que lo habían dejado todo por el Maestro. Habían abandonado a sus vecinos y habían dejado a sus familiares y entregado todo con tal de seguir a Jesús. Eran hombres entusiastas que habían estado con Jesús durante tres años. De hecho, aquellos doce hombres habían predicado el evangelio y sanado enfermos. Ese es el primer punto.

El segundo es más serio. Aquellos doce hombres, aun después de haber caminado y estudiado tres años con Jesús, todavía luchaban con el pecado del orgullo y la maledicencia. Cada uno de ellos quería ser el primer ministro, el vicepresidente, sargento, o jefe de los discípulos. Cada uno secretamente quería ser el número uno; de hecho, dos de ellos, Juan y Jacobo, se atrevieron a pedirle específicamente a Jesús que les concediera ese honor; ayudados en parte de la madre de ellos.

Hay dos textos que nos muestran uno de los pecados que los discípulos estaban cometiendo, y ellos sabían que era así. Sabían que era malo encubrir la falta, tener una naturaleza orgullosa, oportunista y codiciosa. ¿Por alguna otra razón lo habrían ocultado en su largo viaje a Capernaum? ¿Por qué habían sostenido aquella amarga e infructuosa conversación lejos de los oídos de Jesús? Los discípulos de Cristo querían excusar aquel pecado que se había convertido en su preocupación favorita. De modo que ya era un pecado conocido, deliberado, planeado, aún presente después de tres años de caminar con Jesús.

Permítame preguntarle, ¿considera que esta ilustración bíblica e relevante para nuestro tema? ¿Es este «el punto», como dicen los abogados? Aquí vemos a cristianos nacidos de nuevo, a seguidores de Jesús que todavía seguían pecando. No fue un resbalón en un cáscara de plá­tano, algo semejante a pronunciar impulsivamente una mala palabra. No, aquel era un pecado consciente, premeditado.

Aquel incidente bíblico se asemeja a la experiencia del amigo pas­tor que vivía en adulterio, tomando en cuenta que el orgullo es tan malo como el adulterio.

¿Qué hizo Jesús con aquellos doce cristianos pecadores? ¿Qué significa cuando los cristianos nacidos de nuevo pecan? ¿Qué diríamos de nuestro amigo pastor que luchaba con una tentación de carácter sexual? Un hombre que amaba verdaderamente a Dios, y toda­ vía luchaba con un pecado conocido, un pecado deliberado. 

Pero, allí están los doce discípulos de Jesús que pasaron tres años disputándose la posición principal del reino, el cargo clave en el organigrama de Cristo. Ellos amaban a Jesús, y se amaban entre ellos; pero eran individuos orgullosos. Sencillamente abrigaban el orgullo en sus corazones. Cada vez que Jesús salía de la habitación, comenzaban de nuevo. «¡Oye!, es mi turno ahora; me toca sentarme junto a la ventana.

Hace poco leí algo en el libro de C. S. Lewis, ¡Cristianismo y nada más!, en el capítulo titulado «El gran pecado». Dice así: «Un vicio capital, el peor, es el orgullo. Odio, ira, codicia, alcoholismo, etc.,son simples pequeñeces: fue a causa del orgullo que el diablo llegó al ser diablo. El orgullo conduce a los demás vicios: a una abierta y total oposición a Dios». Y todos lo experimentamos, observa Lewis. En la misma página, agrega: «Yo quería hacer el mayor ruido en la fiesta, pero hubo alguien que hizo más ruido que yo, y por eso estoy muy molesto».

Al final del capítulo, Lewis añade este preocupante pensamiento «El orgullo siempre significa enemistad; y no solamente enemistad entre los hombres, sino enemistad con Dios«.

Este era el grave problema de los discípulos de Jesús. Tras haber practicado durante tres largos años la vida cristiana, todavía eran orgullosos y egoístas. Su amor por Cristo y su amor propio trataban de coexistir.

Permítame hacerle una pregunta: ¿Es el plan de Dios que como cristianos continuemos pecando? Después de aceptar a Cristo en nuestras vidas y entregarnos a él, ¿la cuestión de si seguiremos pecando acaso se ha eliminado? «Ninguno puede servir a dos señores», dijo Jesús; pero, ¿será correcto intentar servir a ambos maestros? La respuesta a esta pregunta es uno de los pilares de la fe cristiana. La resolución enfática de la Biblia es que no es el plan de Dios que comtinuemos viviendo una vida de pecado.

En Juan 8, encontramos una maravillosa historia bíblica. Varios dirigentes religiosos traen a una mujer ante Jesús, sorprendida en el acto mismo de adulterio. «¿Debemos apedrearla?», le preguntan la Jesús.

Es posible que usted recuerde la clásica respuesta del Maesttro: «El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en lanzar la primera pie­dra» (vers. 7).

Y cuando él se inclina y comienza a escribir en el polvo una lista específica de todos los pecados de ellos, el grupo rápidamente conclu­ye que algo importante está ocurriendo en alguna parte del pueblo, Muy pronto, solamente quedan Jesús y una solitaria mujer.

-¿Dónde están los que te acusaban? -le pregunta- ¿Ninguno te condena?

-No -dice ella.

Ahora ponga atención a lo que sigue:

-Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más (vers. 11).

He aquí las cinco palabras desafiantes de la Biblia: «Vete y no peques más». «Porque no envió Dios a su Hijo para condenar al mundo» (Juan 3: 17). Pero ahora Jesús dice: «Vete y no peques más» ..

Cuando Jesús sanó a un hombre en el estanque de Betesdla, también le dijo: «Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor» (Juan 5: 14).

En 1 Juan 2: 1 leemos: «Hijitos míos estas cosas os escribo para que no pequéis». Mientras que Pablo afirma: «¿Qué, pues, diremos? ¿Perse­veraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡En ninguna mane­ra!» (Rom. 6: 1,2).

Por lo tanto, el plan de Dios para nosotros es que ganemos la vic­toria sobre el pecado. El plan de Jesús para aquellos doce discípulos consistía en que debían convertirse en siervos humildes que dejaran de enseñorearse sobre sus hermanos. Su plan era tener doce hombres que rogarían para lavarse los pies unos a otros. Pero después de tres años, nada había cambiado. Aquellos hombres aún pecaban. Todavía eran un desastre. ¿Qué habría hecho usted si hubiera sido Jesús?

Morris Venden trata de imaginar cómo habría respondido él: «En este punto, podría haber sido fácil para Jesús decir: ‘¡Largo de aquí us­tedes doce miserables! ¡que vengan otros doce! Empezaré de nuevo'».

Lo entenderíamos mejor si Jesús hubiera dicho: ¿Qué les pasa a ustedes? Se supone que al llegar a ser mis seguidores dejarían de pecar. Después de tres años, siguen siendo egoístas al igual que antes. Ustedes no están viviendo de acuerdo con mi plan.

En lugar de eso, ¿qué hizo Jesús? En Marcos 9, él tranquilamente los reúne y también llama a un niño y lo coloca en medio de ellos. Luego pacientemente les explica: «Ustedes tienen que ser como este niño. Si quieren ser los primeros, necesitan anhelar ser los últimos. Tienen que desear ser siervos. Tienen que desear lavar los pies de alguien más».

Morris Venden añade un apropiado resumen mostrando cómo Jesús trató a los pecadores que pecan deliberadamente, aquellos que están llenos de orgullo; individuos que pecan a sabiendas. «Jesús fue bondado­so con sus discípulos. Era paciente con ellos. No los condenó. Les dio una lección, y cuando no la aprendieron, él continuó enseñándolos; y sobre todo, continuó caminando con ellos. Continuó compartiendo con ellos, comiendo con ellos, viajando con ellos, trabajando con ellos, confiando en su trabajo y en su misión».

Aquellos doce discípulos amaban a Jesús, pero abrigaban el orgu­llo al mismo tiempo. Y por un tiempo, hubo dos señores en sus vidas. Ellos trataban de servir a ambos lo que a la larga, es imposible, según lo establece la Biblia claramente. Sin embargo, mientras la lucha con­tinuaba Jesús permaneció con ellos. No los despidió y contrató a otros doce discípulos para reemplazarlos. No los dejó en tinieblas. No, él per­maneció junto a ellos, porque sabía que esa era la única oportunidad, la única esperanza que ellos tenían. Nunca dejó de amarlos, continuó aceptándolos y permaneció unido a ellos. Él era su única esperanza mientras continuaba el proceso.

Mencionamos algo en el capítulo anterior en cuanto a lo difícil que es pecar en la presencia de Jesús. ¿Ha pensado usted alguna vez en esto? Es por ello que los doce discípulos, en su viaje a Capernaum, ca­minaron lentamente para que Jesús se adelantara. Entonces montaron en su carrusel de orgullo de nuevo:

-¡Oigan!, yo seré el jefe de todos aquí, y punto. Ustedes están destinados al segundo lugar.

-¿Miren quién lo dice?

-¡Ajá!

Claro, ellos no podían hablar de esa manera, a menos que Jesús estuviera a una distancia prudencial. Era difícil pecar cuando él estaba con ellos.

Es por eso, que es hermoso saber que Jesús permaneció con aqucellos doce hombres aun durante un largo, lento e improductivo período de tiempo. ¡Esa era su única oportunidad! Permítame compartir solo un párrafo más del libro Plan de cinco días para conocer a Dios: «Es la aceptación de Jesús, el amor de Jesús y la relación con el Maestro lo que les proporcionó poder para no pecar más. Es la presencia de Jesús que hace difícil que sigamos pecando. De ahí que sea una necesidad absoluta para el pecador, permitir la presencia constante de Jesús en su vida«.

Qué bueno que sea así, ¿verdad? ¿Pero es este el plan? ¿Caminar con Jesús y pecar. Caminar con Jesús y pecar. Caminar con Jesús y pecar? ¿Contiene esta cláusula el mandato de Cristo, «Vete y no peques más»? Posee la misma un significado real para cada uno de nosotros? ¿Qué pasó con los doce discípulos?

Una de mis citas favoritas es este párrafo del libro El camino a Cristo: «Hay personas que han conocido el amor perdonador de Cristo desean realmente ser hijos de Dios; pero reconocen que su carácter es imperfecto y su vida defectuosa; y propenden a dudar de si sus corazones han sido regenerados por el Santo Espíritu. A los tales quiero decirles que no cedan a la desesperación. A menudo tenemos que postrarnos llorar a los pies de Jesús por causa de nuestras culpas y equivocaciones; pero no debemos desanimamos».

Ahora subraye estas maravillosas palabras: «Aun si somos vencidos por el enemigo, no somos desechados ni abandonados por Dios»

Pero, por favor, escuche lo que sigue. Ponga especial atención a las  impresionantes palabras de advertencia de Morris Venden: «Es perfectamente posible para el cristiano en crecimiento descubrir que hay un pecado conocido obrando en su vida, y al mismo tiempo mantener continua relación con Jesús». Pero luego viene la conclusión critica: «Pero tarde o temprano, uno o el otro se alejará«.

Un hombre puede luchar tratando de servir a Jesucristo y a la vez involucrarse en una relación de adulterio. Pero si continúa caminando con Jesús, tarde o temprano, uno de los dos se desaparecerá. Dos cosas opuestas no pueden coexistir indefinidamente. .

Amigo, esta verdad bíblica es al mismo tiempo una gloriosa promesa y una severa y seria advertencia. Si usted continúa caminando con Jesucristo, él le dará la victoria sobre el pecado. «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14: 15), Jesús lo promete. Algunos pecados pueden desaparecer inmediatamente; otros, desvanecerse gradualmente; incluso otros más únicamente podrán vencerse mediante denodados esfuerzos y crujir de dientes, en una lucha diaria, contando con la ayuda de Dios. Pero si usted continúa caminando con Dios, a su tiempo, a su manera, él lo llevará al punto donde usted deje de tener a dos señores en su vida.

«Ninguno puede servir a dos señores», dijo Jesús. Me imagino que nosotros deberíamos añadir la palabra, «indefinidamente». Los doce discípulos lo intentaron; querían servir tanto a Jesús como servirse a ellos mismos; pero al final, once eligieron uno de dos caminos.

Once discípulos permanecieron con Jesús. Eligieron a Jesús en lugar del orgullo y el ego­centrismo. Y usted y yo podemos leer cómo sus pecados, sus pasiones humanas y sus discusiones, lenta pero seguramente, fueron diluyéndose. Jesús llegó a ser su Maestro: su único Maestro; lo mismo puede sucedernos a nosotros.

Decision Vital, 
E. Lonnie Melashenko / David B. Smith.
Capitulos 15, 16 y 17

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pensamiento de hoy

- Elena G. White


Síguenos en las redes:
Telegram
WhatsApp
Facebook