Cuando nos encontramos con miembros de los grupos carismáticos ellos siempre se colocan en un nivel superior. Se juzgan poseedores de una mente espiritual, y a nosotros como de mente carnal, porque no hemos tenido la experiencia de la glosolalia (hablar un lenguaje ininteligible, un estado de éxtasis). Considerando esta gran diferencia, piensan que no tenemos nada que enseñarles. Con aires de superioridad dicen: «Ustedes tienen la teoría bíblica, y el conocimiento de la interpretación profética, pero nosotros tenemos una experiencia religiosa personal. Sólo aceptaremos un diálogo en igualdad de condiciones, cuando ustedes tengan esta experiencia religiosa». Según ellos, si no se ha hablado en «otras lenguas» no se tiene la plenitud del Espíritu Santo ni el derecho de hablar de este tema o de otros asuntos relacionados con el mismo. Es inútil tratar de probar que hemos recibido el bautismo del Espíritu Santo sin la experiencia de la glosolalia. Esta actitud de superioridad, aunque no se exprese en palabras, se manifiesta tácitamente en su conducta. De hecho, es la actitud más objetable de los pentecostales.
Juntamente con su aversión hacia las iglesias cristianas que se oponen al pentecostalismo y a sus pretensiones, manifiestan un espíritu intolerante contra aquellos que tratan de enseñarles algo de nuestro mensaje. Hay dos preguntas que, aunque no las hagan, están siempre en su subconsciente alimentando sus reacciones intolerantes: ¿Quién es usted, que pretende ser maestro? ¿Ha experimentado usted el gozo interior (Pneupasmia) que viene como resultado del derramamiento del Espíritu Santo?
Para ellos, nosotros somos fríos tradicionalistas incapaces de comprender la exuberancia de su culto, su fe y las manifestaciones gloriosas de Dios mediante el Espíritu Santo.
Este antagonismo y esta autosuficiencia son resultado delas vicisitudes, la oposición y del ridículo que sufrieron cuando se unieron al pentecostalismo, y dificulta mucho la obra de evangelización entre ellos.
Por las razones expuestas, es de gran importancia adoptar una actitud cauta y prudente en nuestros esfuerzos en su favor.
1.Es preferible postergar el comienzo de los estudios bíblicos hasta que hayamos ganado su confianza y su intolerancia esté atenuada.
2. Necesitamos un espíritu de humildad. A pesar de la abundante luz que tenemos, debiéramos repetir con el apóstol Pablo: «Ahora conozco en parte».» Debemos recordar que aun la menor evidencia de superioridad o de orgullo denominacional es suficiente para eliminar la posibilidad de un diálogo exitoso.
3. Al acercarnos a ellos debiéramos tener en consideración que cada individuo tiene sus características peculiares que influyen en sus reacciones personales. Un inescrutable japonés jamás será tan emotivo como un africano o tan extrovertido como un latino; ni el austero calvinista podrá apreciar la belleza de la liturgia anglicana. ¡Cuán variada es la naturaleza humana!
4. Debemos acercarnos a ellos con un corazón lleno de simpatía, rebosante de amor. «Los obreros de Dios, en cualquier ramo de servicio en que estén empeñados, han de colocar en sus esfuerzos la bondad, la benevolencia y el amor de Cristo».»
5. No debiéramos atacar las herejías de su sistema doctrinal. Pablo felicitó a los ultrapoliteístas de Atenas, diciendo: «En todo observo que sois muy religiosos».» Desde esa base comenzó a hablarles acerca del Dios verdadero que en su ignorancia estaban tratando de adorar. Como Pablo, debiéramos alabarlos por la sinceridad y el intenso fervor con que viven y comparten su fe.
6. Debiéramos evitar las discusiones doctrinales. Fulton J. Sheen, que ha ganado a muchas personas de influencia para la Iglesia Católica, dice: «Ganar una discusión es perder un alma». Dale Carnegie escribió: «La mejor manera de ganar una discusión es evitarla».
«El discutir acerca de la verdad meramente para demostrar a los oponentes la habilidad de los combatientes, es un mal método; porque favorece muy poco el avance de la verdad. […] Demasiado a menudo se lanzan agudas saetas, se atacan personalidades y con frecuencia ambas partes descienden al sarcasmo y a los dichos jocosos. El amor por las almas queda eclipsado por el mayor deseo de predominio. Los prejuicios, profundos y acerbos, son a menudo el resultado»,»
7. Debiéramos usarfrecuentemente las Escrituras. Los pentecostales tienen una devoción por las Escrituras más profunda que la de muchos miembros de las iglesias tradicionales. El evangelista personal que se enfrente con un pentecostal sin llevar su Biblia será como un cirujano sin su bisturí, como un maestro sin su libro, como un marino sin su brújula, como el soldado de infantería sinsu fusilo el pescador sin caña y anzuelo.
Felipe, cuando evangelizaba personalmente al etíope, «comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús».» Mediante el uso de la Biblia debemos dejar en ellos la profunda impresión de que no damos el mensaje simplemente con «palabras […1 de humana sabiduría?» sino según la Palabra de Dios.
8. Debiéramos exaltar a Cristo. En nuestro diálogo con ellos debiéramos presentar un evangelio completo: Cristo y nada menos. Un evangelio sencillo: Cristo y nada más. Un evangelio puro: Cristo y ninguna otra cosa.
«Muchas más personas de lo que pensamos están anhelando hallar el camino a Cristo. Aquellos que predican el último mensaje de misericordia deben tener presente que Cristo ha de ser ensalzado como refugio del pecador. Algunos predicadores creen que no es necesario predicar el arrepentimiento y la fe; dan por sentado que sus oyentes conocen el evangelio, y que deben presentarse cosas diferentes a fin de conservar su atención. Pero muchos hay que están en triste ignorancia acerca del plan de salvación; necesitan más instrucción acerca de este tema de suma importancia que en cuanto a cualquier otro».»
9. Debiéramos orar al fin de nuestro diálogo. La oración debe hacerse de rodillas, ya que muchos pentecostales no aceptan ninguna otra forma de oración. Sería útil evitar los giros comunes en nuestra oración, y la oración elaborada que, aun cuando sea teológicamente perfecta, no satisface las necesidades del alma. La oración debe ser una súplica espontánea de la iluminación divina sobre el tema estudiado y los problemas o dudas particulares de la persona con la cual hemos estudiado.
En algunos casos la oración podrá ser acompañada por una manifestación de glosolalia, pero debiéramos seguir orando con tanto fervor como podamos. No debiéramos prolongar el diálogo después de la oración. Dejemos que la última impresión sea el sentimiento de haber estado en la presencia de Dios y no con el evangelista.
Por Enoch de Oliveira
La Iglesia Adventista frente al movimiento carismático
Pensamiento de hoy
- Elena G. White
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