El dinero es una de esas cosas que consideramos nuestras de una manera particular. Representa la fracción de nuestras vidas que acumulamos mediante la inversión de nuestra energía y tiempo. Es vida preservada en forma líquida; es decir, lo intercambiamos por casi cualquier producto que deseemos o disfrutemos. Por lo tanto, generalmente no queremos que otros nos digan cómo usarlo o qué hacer con él. Para los creyentes, la vida es un regalo de Dios, ya sea en forma de aliento de vida o en forma de dinero. Por lo tanto, debe ser usado para la gloria de Dios. Con estos comentarios como antecedentes, permítame abordar su preocupación específica.
1. El dueño del diezmo:
El diezmo es un porcentaje del dinero que nos llega como resultado de la inversión de nuestro tiempo y energía. Por lo tanto, es natural concluir que es nuestro y que debemos decidir cómo administrarlo. Aquí las Escrituras nos sorprenden al hacer un reclamo que es científicamente imposible de verificar. El diezmo -el 10 por ciento de nuestro ingreso o aumento- pertenece al Señor: «El diezmo [….] de Jehová es, es cosa dedicada a Jehová» (Levítico 27:30, NVI). Desde el punto de vista humano, todos los ingresos son el resultado de la inversión de nuestro tiempo y energía. Sin embargo, este texto rechaza esa conclusión al indicar que una parte de nuestro ingreso es fundamentalmente diferente del resto. El Señor lo describe como «santo». En este pasaje, se enfatiza claramente la posesión divina con la doble mención de la preposición hebrea le («perteneciente a»), junto con la palabra «santo», que designa lo que Dios separó con un propósito divino y que, por lo tanto, le pertenece. No consagramos el diezmo al Señor; el Señor ya lo ha declarado santo. Ha colocado en nuestras manos algo que es santo, y somos santificados cuando, en obediencia a su voluntad, lo usamos como él lo estipuló.
2. Determinando el Uso Adecuado:
Una vez que reconocemos que el diezmo pertenece al Señor, las siguientes preguntas serían ¿Quién tiene la autoridad para determinar su propósito, y quién debería recibirlo? La respuesta es obvia Si le pertenece a Dios, Él es quien define su propósito y destino. Este fue claramente el caso en el Antiguo Testamento. «Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión.» (Números 18:21, NVI). El diezmo es asignado por el Señor a un grupo específico dentro de su pueblo, y su propósito es pagarles por el trabajo que hacen en el santuario en nombre de las personas, un trabajo asignado por Dios.
3. Dios estableció un sistema:
No solo el propósito y el uso del diezmo fueron determinados por Dios como el dueño del diezmo, sino también el sistema a través del cual el diezmo alcanzó a los designados para recibirlo. Los israelitas debían separar su diezmo en casa y llevarlo a la casa del Señor para los levitas (Números 18:24; Mal. 3:10). El «alfolí» se refiere a las habitaciones en el Templo empleadas para almacenar el diezmo que se iba a distribuir entre los levitas. En otras palabras, las personas no eran libres de dar su diezmo a quien quisieran o de depositarlo en otro lugar que no fuera el Templo. Personas específicas estuvieron a cargo de recolectarlo y distribuirlo entre los levitas y los sacerdotes (2 Cr. 31:12, 13, 15, 16). En la iglesia, el diezmo debe ser usado solo por aquellos reconocidos por la iglesia como instrumentos designados por Dios en la proclamación del evangelio (1 Corintios 9:13, 14).
Se espera que entreguemos el diezmo a la iglesia a través de su tesorería local, no lo enviemos a individuos o grupos que dirigen sus propios negocios religiosos personales. Deje que el Señor use el diezmo de Dios tal como lo quiso: para el cumplimiento de la misión de su iglesia.
Autor: Ángel Manuel Rodríguez
Pensamiento de hoy
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