Las recientes masacres ocurridas en Brasil y Nueva Zelanda trajeron nuevamente discusiones sobre los videojuegos violentos. Obviamente, existe una multifactorialidad involucrada en cada caso. Los chicos que asesinaron a decenas de personas en Suzano tenían relaciones familiares conturbadas, sufrieron bullying y frecuentaban comunidades virtuales de incentivo a la violencia. El asesino de Nueva Zelanda se alinea con grupos extremistas de derecha, tiene ideas racistas y xenofóbicas. Lo que todos ellos tienen en común es el hábito de jugar videojuegos violentos, los cuales reproducen de alguna forma en la vida real, en actitudes e incluso indumentaria. Claro que voces se levantaron para atacar y defender a los gamers.
Jugar videojuegos puede no ser necesariamente pecado (aunque las muchas horas desperdiciadas ya son un mal en sí), pero qué decir de juegos que presentan un escenario de matanza en el que el protagonista es el jugador armado, con el cuerpo inundado de adrenalina y si que deleita en cada «blanco» abatido? Por supuesto que la inmensa mayoría de estos jugadores no saldrá por ahí tirando en blancos de carne y hueso (aunque algunos van), pero ¿será que los sentimientos involucrados en ese tipo de juego serían aprobados por Jesús, para quien la ciudadela de la mente es tan importante? De hecho, ¿sería posible imaginar a Jesucristo sentado en el sofá, divirtiéndose al estallar los sesos de personajes en la pantalla de la TV o masacrando y mutilando oponentes con golpes de artes marciales?
Por supuesto, los sentimientos despertados por ese tipo de juego (y se incluyen allí películas, series e incluso «deportes» como el UFC) no coinciden con textos como éste:
«Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.» (Gálatas 5:22, 23) o este: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.»(Filipenses 4: 8). ).
Mucho menos con éste: «Tenemos, sin embargo, algo que hacer para resistir a la tentación. Los que no quieren ser víctimas de los ardides de Satanás deben custodiar cuidadosamente las avenidas del alma; deben abstenerse de leer, ver u oír cuanto sugiera pensamientos impuros. No se debe dejar que la mente se espacie al azar en todos los temas que sugiera el adversario de las almas. […] Habrá de ayudarnos la influencia permanente del Espíritu Santo, que atraerá la mente hacia arriba y la habituará a pensar sólo en cosas santas y puras. Debemos estudiar diligentemente la Palabra de Dios. «(Elena White, Patriarcas y profetas, página 337); y éste: «Hay una ley de la naturaleza intelectual y espiritual según la cual modificamos nuestro ser a través de lo que contemplamos. La inteligencia se adapta gradualmente a los asuntos en que se ocupa. Se asimila lo que se acostumbra a amar y a reverenciar. «(Elena White, Mente, Carácter y Personalidad 1, página 339).
La decisión en cuanto a consumir ese tipo de contenidos es suya, pues Dios siempre respeta nuestro libre albedrío, pero nunca olvide que el principal escenario del gran conflicto es la mente. Aquello con que elegimos alimentarla va a determinar de qué lado de la guerra estaremos.
Por Michelson Borges
Pensamiento de hoy
- Elena G. White
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