La cruz fue la señal de lo que costó nuestra redención. No fue un valor barato lo que se pagó en el madero, es más, es de un valor tan alto, que la salvación sólo puede ofrecerse gratuitamente porque nadie puede pagar lo que costó. Sin embargo, Dios nos pide que la compremos (Isa 55:1), como una perla preciosa que se vende sin dinero pero que podemos comprar dando nuestra vida a cambio. La obtenemos por una entrega Cristo, dándonos como su posesión mediante una obediencia voluntaria.
Por lo que esta gracia no es en absoluto barata, aunque sea ofrecida gratuitamente para nosotros. Le costó a Dios la vida de su Hijo, al convertirlo en maldición por nosotros (Gal 3:13) y dejarlo sufrir la muerte eterna en la cruz.
Con esto, se descubrió en primer lugar la terrible malignidad del pecado, se reveló que Satanás es un homicida y se confirmó que la ley de Dios tiene un carácter inmutable, invariable y que su transgresión es un acto de rebeldía del más alto nivel, tanto así, que la infracción de la ley tiene como paga la muerte.
Y fue eso lo que Jesús hizo en la cruz. Pagar el precio que exige la ley al transgresor. Y ahora Jesús nos invita también a llevar nuestra propia cruz, a negarnos a sí mismo y a seguirlo, aunque llevar nuestra propia cruz implica sufrimiento para nosotros y despojarnos de nuestros derechos, tal como Jesús mismo lo hizo al venir a este mundo.
El sacrificio de Cristo es tan supremo que no sólo redime al hombre. Sino que restaura la imagen de Dios ante el universo entero y revela el carácter de amor, misericordia y justicia expresado en JESÚS. Por lo que funciona como garantía para que no se vuelva a levantar una rebelión por toda la eternidad futura.
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Pensamiento de hoy
- Elena G. White
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