Comentario especial sobre ‘El Pacto Eterno’, por Ptr. Robert J. Wieland – PDF

Ningún tema de estudio podría ser más provechoso para la escuela sabática en todo el mundo, que “La promesa: el pacto eterno de Dios”. La verdad central de la justicia por la fe que hizo singular al mensaje de 1888 fue la visión presentada por Waggoner y Jones sobre el viejo y nuevo pactos, una verdad que Ellen White afirmó que “en su gran misericordia el Señor envió” a su pueblo.

Consistió en una refrescante visión sobre los pactos, diferente de la que se había presentado hasta entonces, tanto en la Iglesia adventista como en las iglesias protestantes populares. Los reformadores del siglo XVI no desarrollaron una comprensión de los pactos comparable a la de aquellos dos pastores a quienes Ellen White designó con frecuencia como los “mensajeros delegados del Señor”.

Apreció algo en las presentaciones de Jones y Waggoner sobre los dos pactos, que nunca había oído expresar en público en sus 45 años previos. Comprendió que constituía “el comienzo” de la “luz” que está todavía por “alumbrar la tierra con su gloria”. Y dado que el fuerte pregón no puede avanzar a menos que vaya precedido por “los aguaceros de la lluvia tardía”, Ellen White concibió esa bendición como estando igualmente incluida. Desafortunadamente, nuestro nuevo librito de escuela sabática no presenta contribución alguna de Jones o Waggoner que ayude a clarificar la verdad especial de los dos pactos, según respaldó Ellen White. En esta serie de “Comentarios” intentaremos suplir de alguna forma esa carencia.

La Guía de Estudio para la Escuela sabática identifica acertadamente el “pacto” de Dios con su “promesa”. Gracias al Señor por esa positiva definición en el título del librito. Las trece semanas de estudio serán provechosas si recordamos que

  • EL NUEVO PACTO ES LA PROMESA UNILATERAL DE COMPLETA SALVACIÓN HECHA POR DIOS, que se cumple cuando la voluntad humana así se lo permite.
  • EL VIEJO PACTO, EN CONTRASTE, ES LA VANA PROMESA DE GUARDAR LA LEY HECHA POR LOS HOMBRES AL PIE DEL MONTE SINAÍ, pretendiendo con ello “cumplir su parte” en su salvación.

Es imposible exagerar la importancia que tiene el que comprendamos lo que Dios prometió a Abraham. Si leemos detenidamente Génesis 12, 13, 15 y 17 (la historia de Abraham), veremos con toda claridad que Dios no le pidió a él que hiciera promesa alguna a cambio. Dios no estaba intentando llegar a un acuerdo con Abraham ni a ninguna transacción mutua con él. Todo lo que requirió de Abraham es que CREYERA las promesas que Dios le hacía

El viejo pacto produce “esclavitud” (Gál 4:24). Sigue el patrón de pensamiento simbolizado por “Agar”, por contraste con el de “Sara” (v. 25-31). Es una de las grandes razones por las que estamos perdiendo a tantos jóvenes (entre los que se van y los que no vienen). Está en la raíz de nuestra tibieza (Apoc 3:14-17). Nada podría ser más importante para la salud de la iglesia mundial, que comprender claramente las verdades del nuevo pacto, verdades que traen la libertad en Cristo.

¿Cambió de algún modo el carácter de Dios cuando entró el pecado? ¿Acaso aprendió Dios algo, o estuvo en necesidad de inventar una “nueva dispensación”? Waggoner aporta un valioso comentario al respecto:

“La obra mediadora de Cristo no está limitada en el tiempo ni en el alcance. Ser mediador significa más que ser intercesor. Cristo era mediador antes de que el pecado entrara en el mundo, y será mediador cuando el pecado no exista más en el universo y no haya necesidad alguna de perdón. ‘Todas las cosas subsisten en él’. Es la misma ‘imagen del Dios invisible’. Él es la vida. Sólo en él y por medio de él fluye la vida de Dios a toda la creación. Por lo tanto, él es el medio, el mediador, la manera por la que la luz de la vida alumbra al universo. No se convirtió en mediador cuando el hombre cayó, sino que lo era desde la eternidad. Nadie, no solamente ningún hombre, sino ningún ser creado, viene al Padre sino por Cristo. Ningún ángel puede estar en la divina presencia, sino en Cristo. La entrada del pecado en el mundo no requirió el desarrollo de ningún nuevo poder o la puesta en marcha de ningún dispositivo nuevo. El poder que había creado todas las cosas no hizo más que continuar, en la infinita misericordia de Dios, para la restauración de lo que se había perdido. Todas las cosas fueron creadas en Cristo; por lo tanto, tenemos redención en su sangre (Col 1:14-17). El poder que anima y sostiene al universo es el mismo poder que nos salva” (Las Buenas Nuevas, Gálatas versículo a versículo, 92).

Fuente: Libros1888

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- Elena G. White


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