Pacto antiguo y Pacto Nuevo: Salvación por gracia o Salvación por obras ¿Cuál escoges?

La Biblia es categórica: sólo uno de los pactos trae salvación. El otro es digno de rechazo:

En Gálatas 4 leemos que Abraham tuvo dos mujeres: Sara (la libre) y Agar (la esclava), y que

“estas mujeres son los dos pactos; el uno ciertamente del monte Sinaí, el cual engendró para servidumbre, que es Agar” (v. 24).

De los dos pactos, uno trae salvación; el otro, esclavitud. Según el versículo 29, uno “persigue” al otro. No son la misma cosa expresada de forma diferente en momentos diferentes de la historia. No se ayudan ni complementan: son antagónicos.

¿Pudo Abraham ayudar al cumplimiento de la promesa divina (Sara: nuevo pacto) mediante Ismael, el hijo de la carne que tuvo con Agar (viejo pacto)?

“Qué dice la Escritura? Echa fuera a la sierva y a su hijo; porque no será heredero el hijo de la sierva con el hijo de la libre. De manera hermanos, que no somos hijos de la sierva, mas de la libre” (Gál 4:30-31).

Ese razonamiento lo dirigió el apóstol Pablo a una iglesia que estaba pretendiendo añadir las “obras de la ley” al “oír de la fe” (Gál 3:1-7). Estaba pretendiendo añadir Agar (Sinaí) a Sara. Pablo les hizo ver que eso es imposible.

Se presenta el viejo pacto (Sinaí) como siendo defectuoso:

“[Cristo] es mediador de un mejor pacto, el cual ha sido formado sobre mejores promesas. Porque si aquel primero [Sinaí, viejo pacto] fuera sin falta, cierto no se hubiera procurado lugar de segundo [nuevo pacto, o pacto eterno]” (Heb 8:7). c/ En 2 Corintios 3 leemos sobre “un nuevo pacto” del que Dios nos “hizo ministros” (vers. 6), y se refiere al otro, que ha de ser el viejo —el del Sinaí— como siendo “el ministerio de muerte en letra grabado en piedras” (v. 7). En el versículo 9 lo llama “ministerio de condenación”.

Hablando de los judíos en tiempo de Moisés, leemos en el versículo 14 que:

“el entendimiento de ellos se embotó, porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo sin descorrer, el cual por Cristo es quitado”.

“Nuevo pacto, dio por viejo al primero; y lo que es dado por viejo y se envejece, cerca está de desvanecerse” (Heb 8:13).

¿Te interesa “el ministerio de muerte”, “el ministerio de condenación”, algo representado por un velo que “por Cristo es quitado”? ¿Pondrás tu esperanza en algo que tiene “falta”, que está cercano a “desvanecerse”? ¿Podemos añadir eso al pacto eterno —al pacto de la gracia— sin corromperlo?

Aún no hemos analizado en qué consiste el nuevo y el viejo pacto. Pero sabemos ya una cosa importante: uno de los dos pactos —el viejo— no puede traer la salvación; sólo puede traer esclavitud, y no podemos sumarlo al pacto que trae salvación sin degradarlo e inutilizarlo. Eso es debido a que en la salvación, o es todo de Cristo, o no es nada de él.

Eso demuestra el sinsentido de pretender que en la Biblia hay un solo pacto, o la idea de que todos los pactos de los que habla el relato sagrado, son en realidad uno y el mismo. Lee Gálatas 3 y 4 en su contexto, y observarás que Pablo equipara el pacto relacionado con Sara y la Jerusalem celestial con la salvación por la gracia; mientras que el pacto relacionado con la Jerusalem terrenal, con Agar y con Sinaí, lo equipara con la quimera de la salvación por las obras. ¿Te parece lo mismo la salvación por la fe, que la salvación por las obras?

El método de salvación de Dios ha sido el mismo siempre

Debido a que “el antiguo pacto … por Cristo es quitado”, el mundo protestante, que en su mayoría identifica erróneamente el viejo pacto con la ley, ha producido la teoría del dispensacionalismo. En resumen, consiste en diferenciar la salvación según la época histórica:

  • (1) Hasta Cristo, el Antiguo Testamento o dispensación de la ley —dicen—, las personas se habrían salvado por las obras, obedeciendo la ley; y
  • (2) a partir de Cristo, el Nuevo Testamento o nuevo pacto, la dispensación de la gracia, de la fe, quedaría abolida la ley, y las personas vienen a salvarse creyendo.

Según esa teoría, quien pretenda que la ley sigue vigente —especialmente el sábado—, queda automáticamente estigmatizado como legalista y enemigo de Cristo: ‘Cayó de la gracia’. Según el dispensacionalismo, Dios habría hecho el antiguo pacto con los judíos, que se salvarían obedeciendo la ley, y el nuevo pacto con los gentiles, que se salvarían por la fe. De esa forma, el nuevo pacto invalidaría la ley.

Pero la Biblia nos enseña una verdad bien diferente, y para comprender la verdad de la Biblia es necesario abandonar toda idea de planes de salvación diferentes para épocas diferentes, es decir: hay que abandonar la idea de que el viejo y el nuevo pacto tienen relación secuencial con el tiempo histórico. Estas son algunas de las razones para hacer así:

Desde una época al menos tan antigua como la de Abraham (Sara y Agar), coexistían ya los dos pactos tal como hemos visto en Gálatas.

De hecho, el nuevo pacto y el viejo existen desde que entró el pecado en la tierra: desde que existe la verdad divina de la salvación por la gracia —la ofrenda de Abel es una ilustración— y la pretensión humana de la salvación por las obras, como ilustra la ofrenda de Caín, desprovista de sangre .

La Biblia no hace ninguna distinción cronológica al respecto de la salvación:

“Por cuanto por la ley ninguno se justifica para con Dios, queda manifiesto: Que el justo por la fe vivirá” (Gál 3:11).

Pablo está citando Habacuc 2:4 (Antiguo Testamento). Lo volverá a citar en Romanos 1:17 y en Hebreos 10:38, al hablar de la justicia por la fe y el nuevo pacto.

El capítulo 11 de Hebreos da testimonio de la fe que tuvieron los creyentes que vivieron en el Antiguo Testamento.

“Por la fe Abel… Enoc… Noé… Abraham… Isaac… Jacob… José… Moisés… Rahab…, etc”. A Pablo le faltaría el tiempo hablando de la fe de “Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jephté, de David, de Samuel, y de los profetas”. Todos estos, “por fe ganaron reinos, obraron justicia, alcanzaron promesas…” (v. 33)

“Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan… por ella alcanzaron testimonio los antiguos” (Heb 11:1-2).

Si fuera cierta la suposición de que en el Antiguo Testamento las personas podían salvarse mediante su obediencia a la ley, ¿qué necesidad había de hacer un cambio posteriormente? ¿Qué necesidad había de Cristo y de otro pacto?

“Si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley” (Gál 3:21).

“Si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gál 2:21).

“Si aquel primer pacto hubiera sido sin defecto, ciertamente no se habría procurado lugar para el segundo” (Heb 8:7).

El nuevo pacto no se hace con los gentiles solamente, sino igualmente con Israel y Judá:

“Vienen días, dice Jehová, en los cuales haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá… Este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón… perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado” (Jer 31:31 y 33).

“Vienen días —dice el Señor— en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto” (Heb 8:8).

Al contrario de lo que pretende el pensar dispensacionalista, el nuevo pacto no invalida la ley.

Aquello que en el Sinaí grabó Dios con su propio dedo en tablas de piedra, en el nuevo pacto lo escribe él mismo en nuestro corazón:

“Sois letra de Cristo… escrita con el Espíritu del Dios vivo… no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Cor 3:3).

“Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Daré mis leyes en sus corazones, y en sus almas las escribiré” (Heb 10:16).

¿Te suena lo anterior a que le ley haya sido abolida? El dispensacionalismo llega a conclusiones erróneas debido a que se basa en premisas falsas.

  • Premisa falsa no 1: la salvación es diferente en las diversas épocas.
  • Premisa falsa no 2: el viejo pacto es la ley, y que el nuevo pacto anula la ley.

No es así: el viejo pacto no es la ley dada en Sinaí, sino la defectuosa respuesta del pueblo de Dios, sea en el Sinaí o en cualquier otro lugar o momento en la historia —pasado, presente o futuro— desde la entrada del pecado en Edén hasta el final del tiempo de gracia.

El viejo pacto es una comprensión equivocada o defectuosa del evangelio. Fue mayoritaria en tiempos del Antiguo Testamento, y por desgracia también en los nuestros.

Es imprescindible comprender la diferencia que hace cómo nos acercamos a la ley. En el nuevo pacto, la ley de Dios queda grabada en la mente y el corazón. En el viejo pacto, la ley está grabada en piedra, en “la letra”.

La ley grabada en tablas de piedra, sin Mediador, significa muerte para el pecador. No puede darnos más vida que la piedra en la que está grabada. No puede justificar ni proporcionar justicia al mismo pecador al que condena, y nos condena a todos.

En contraste, la perfecta ley en Cristo, el Mediador, el Autor y esencia de la ley, ahora no grabada en piedra, sino personificada en él mismo —Piedra viviente—, significa vida para quien lo recibe.

Nuevo pacto: pacto eterno renovado

“Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra… Y se apareció Jehová a Abram, y le dijo: —A tu descendencia daré esta tierra” (Gén 12:2-3 y 7).

Abram creyó a Jehová y le fue contado por justicia… Aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: —A tu descendencia daré esta tierra…” (Gén 15:6 y 18).

Las promesas hechas a Abraham a propósito de una descendencia incontable y de la posesión de la tierra, incluían:

La vida eterna necesaria para disfrutar dicha herencia inmortal.

No se trataba simplemente de la posesión temporal de la tierra de Canaán, sino de toda la tierra:

“Fue dada la promesa a Abraham… que sería heredero del mundo” (Rom 4:13).

“Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mat 5:5).

“[Abraham] esperaba ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios… Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido las promesas… confesando que eran peregrinos y advenedizos sobre la tierra” (Heb 11:10-13).

Las promesas a Abraham incluían la justicia necesaria para poseer la herencia prometida:

“Esperamos cielos nuevos y tierra nueva, según sus promesas, en los cuales mora la justicia” (2 Ped 3:13).

Incluían el perdón en Cristo y el poder para vencer al pecado:

“Este es el pacto que haré… daré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones… perdonaré la maldad de ellos” (Jer 31:33-34; comparar con v. 36).

“En tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra” (Gén 22:18).

“No dice: Y a las simientes, como de muchos; sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gál 3:16).

Al pacto eterno se lo llama “nuevo” en el sentido de renovado, en contraste con lo obsoleto del viejo pacto. El pacto que el Señor llama “nuevo”, es el pacto eterno renovado: la única manera en la que Dios salva y ha salvado siempre en Cristo.

Dios nos da el pacto de su gracia precisamente porque, por nosotros mismos, somos incapaces de esa obediencia que demanda la ley.

Ahora bien, no podemos ser salvos en la desobediencia, en el pecado; por lo tanto, en el nuevo pacto —o pacto eterno—, aceptamos y confiamos plenamente en la perfecta y completa obediencia de Cristo en nuestro favor y nos sometemos a ella.

“Las bendiciones del nuevo pacto están basadas únicamente en la misericordia para perdonar iniquidades y pecados… En el nuevo y mejor pacto Cristo ha cumplido la ley por los transgresores de la ley, si lo reciben por fe como Salvador personal… En el mejor pacto somos limpiados del pecado por la sangre de Cristo” (Ellen White, 7 CBA, 943).

“Lo que era imposible a la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado… condenó al pecado en la carne. Para que la justicia de la ley fuese cumplida en nosotros” (Rom 8:3-4).

No se trata de ninguna treta o trampa legal. ¿Qué es lo que recibimos, al recibir a Cristo? ¿Qué ocupaba el corazón de Cristo?

“El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu Ley está en medio de mi corazón” (Sal 40:8).

Por lo tanto, al recibir a Cristo, recibimos la ley en el Dador de la ley. Recibimos la ley grabada en la Piedra viva. Puesto que el nuevo pacto promete escribir la ley en nuestros corazones —promete hacernos obedientes—

Viejo pacto

En la Biblia se nos habla de dos pactos, pero el plan de la salvación y el evangelio es sólo uno, y Dios lo llama “mi pacto”. Del otro pacto, del viejo, Pablo dice que está caduco, que tiene defecto, que produce esclavitud, que es un ministerio de muerte y de condenación. Claramente, hemos de rechazarlo. ¿Cuál es la explicación?

Dios hizo un pacto, el que él llama “mi pacto”. El otro pacto (el viejo), no lo estableció Dios, sino el hombre en su vano esfuerzo por salvarse obedeciendo una ley que ya había transgredido y que era incapaz de obedecer.

El pacto eterno —o nuevo— es la salvación por la gracia. El viejo pacto es la quimera de la salvación por las obras, que sólo puede traer esclavitud.

El viejo pacto, el que configura el hombre al prometerle obediencia a Dios, queda anulado en el mismo momento en que el hombre desobedece, que suele ser muy pronto:

“Apenas unas pocas semanas después [del Sinaí], quebrantaron su pacto con Dios al postrarse a adorar una imagen fundida. No podían esperar el favor de Dios por medio de un pacto que ya habían roto” (Ellen White, PP, 341; granate, 388-389).

En contraste, el pacto eterno es inmutable. Permanece en plena vigencia a pesar de nuestras continuas desobediencias, pues es un pacto que no hicimos nosotros con Dios, sino que lo hizo nuestro amante Padre celestial con su Hijo unigénito. Por tratarse de un compromiso contraído por la propia Deidad desde los días de la eternidad, tiene el carácter inmutable de su Autor. Mientras que las promesas humanas envejecen desde el mismo momento en que las hacemos, las misericordias de Dios son nuevas cada mañana, y no porque las merezcamos:

“Yo Jehová, no me mudo; y así vosotros, hijos de Jacob, no habéis sido destruidos” (Mal 3:6).

“Si fuéremos infieles, él permanece fiel: no se puede negar a sí mismo” (2 Tim 2:13).

“Fiel es el que prometió” (Heb 10:23).

Podemos recibir, o bien podemos rechazar las bendiciones del pacto, pero jamás podemos revocar el pacto: afortunadamente es tan eterno e invariable como su Autor. Es soberano. “Nuestra” parte es aceptarlo y recibirlo.

Material preparado por el Dr. Luis Bueno de libros1888

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- Elena G. White


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