Las bienaventuranzas, derivadas de las palabras griegas «makárioi» y hebreas «ashre», transmiten el significado de felicidad y bendición. Estas palabras son el saludo de Cristo, no solo para aquellos que creen, sino para toda la familia humana. En su mensaje, Cristo parece olvidar por un momento que se encuentra en el mundo y no en el cielo, utilizando un saludo familiar propio del mundo de la luz. Las bienaventuranzas fluyen de sus labios como el agua cristalina de un manantial de vida que ha estado sellado durante mucho tiempo.
Las bienaventuranzas, pronunciadas por Jesús durante su sermón del monte, son una colección de declaraciones poderosas que revelan las bendiciones y promesas de Dios para aquellos que siguen sus enseñanzas. Cada una de estas bienaventuranzas nos muestra un aspecto clave de la vida cristiana y nos guía hacia la verdadera felicidad y bendición.
La primera bienaventuranza declara: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Aquellos que reconocen su necesidad de Dios y se humillan ante Él encuentran el tesoro del reino celestial y la plenitud espiritual.
La segunda bienaventuranza proclama: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación». Aquellos que experimentan verdadero pesar y arrepentimiento por sus pecados son consolados por el amor y la gracia de Dios, encontrando paz y restauración en Él.
La tercera bienaventuranza dice: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad». Los mansos, aquellos que se someten a la voluntad de Dios y renuncian a la violencia y la arrogancia, heredarán las promesas y las bendiciones de Dios.
La cuarta bienaventuranza afirma: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados». Aquellos que anhelan la justicia y buscan vivir de acuerdo con la voluntad de Dios serán plenamente satisfechos, encontrando cumplimiento y propósito en su comunión con Él.
La quinta bienaventuranza proclama: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». Aquellos que muestran compasión, perdón y amor hacia los demás, reflejando el corazón de Dios, recibirán la gracia y la misericordia divinas.
La sexta bienaventuranza dice: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios». Aquellos que tienen un corazón puro, libres de hipocresía y motivos egoístas, experimentarán una comunión íntima con Dios y disfrutarán de una visión clara de su presencia y gloria.
La séptima bienaventuranza afirma: «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Aquellos que trabajan por la reconciliación, promoviendo la armonía y el amor, reflejan la naturaleza divina y son reconocidos como hijos de Dios.
La última bienaventuranza proclama: «Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos». Aquellos que enfrentan persecución y rechazo debido a su fidelidad a Dios y a sus principios experimentarán la recompensa eterna en el reino de los cielos.
Las bienaventuranzas nos invitan a vivir una vida centrada en Dios, marcada por la humildad, la compasión, la justicia y la búsqueda de la paz. A través de estas actitudes y acciones, encontramos la verdadera felicidad y recibimos las bendiciones prometidas por nuestro Salvador, Jesucristo.
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