Señor, ¿por qué no respondes mis oraciones?

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?

¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche no hay para mí descanso» (Sal. 22: 1, 2).

Todos los grandes cristianos han tenido que luchar con el hecho de que a veces algunas oraciones no son contestadas. El apóstol Pablo relata su experiencia: «Tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí. Y me ha dicho: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”» (2 Cor. 12: 8, 9). Pablo estuvo satisfecho con la respuesta de Dios, y su fe en él se mantuvo intacta. La valiente respuesta del apóstol ante la negativa de parte de Dios no solo es ejemplar, sino alentadora: «Por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (vers. 10). Al igual que Pablo y muchos otros cristianos que nos han precedido, en medio de nuestro dolor y enfermedad también podemos recibir consuelo de las palabras de Dios: «Mi gracia es más que suficiente para seguir adelante».

Alguien que soportó un gran sufrimiento dijo una vez que una de las mejores cosas que un cristiano puede hacer por otros cristianos es enseñarles cómo soportar el sufrimiento con gozo. Una vez más el apóstol Pablo dice: «Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación» (2 Cor. 4: 17, BA).

De igual manera, en los tiempos modernos muchos de los hijos de Dios han orado y no han recibido las respuestas que esperaban a sus peticiones. Cuando nuestras oraciones parecen no ser contestadas, surge una pregunta en nuestras mentes: «Señor, ¿por qué no contestas mis oraciones?».

La verdad es que Dios aún contesta oraciones. «Entonces invocarás, y el Señor responderá; clamarás, y él dirá: “Heme aquí”» (Isa. 58: 9, BA). Nuestro Padre celestial no solo promete que responderá, sino que nos invita a pedirle (Mat. 7: 7-11). ¿Cuándo fue la última vez que alguien le dijo: «Pídeme lo que necesites. Dime qué te gustaría tener. Confía en mí, voy a darte lo que sea»? Seguramente usted está pensando: «Eso es precisamente lo que yo hago, pero Dios no me contesta. ¿Qué es lo que está ocurriendo?». Examinemos algunos hechos para tratar de entender las respuestas de Dios a nuestras oraciones.

Entendiendo las respuestas de Dios

Dios tiene el poder para responder cualquier oración.

«¡Ah, Señor Jehová!, tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder y con tu brazo extendido. Nada hay que sea difícil para ti» (Jer. 32: 17). «Mirándolos Jesús, les dijo: “Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible”» (Mat. 19: 26). A veces hay quienes ofrecen ayudarnos o prometen hacer algo por nosotros, pero luego tienen que pedir disculpas al no poder dar lo que habían prometido por carecer de los recursos necesarios. Esto nunca ocurre con Dios, ya que sus recursos son ilimitados. «Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y los que en él habitan» (Sal. 24: 1, BA).

Dios tiene la sabiduría para responder de forma correcta.

¿Recuerda los exámenes de selección múltiple o de falso y verdadero cuando usted estudiaba? ¿Recuerda la inseguridad que sentía al no saber cuál respuesta elegir? En ocasiones adivinaba la respuesta. Si tenía suerte, elegía la respuesta correcta; pero en otras ocasiones no era tan afortunado. Las decisiones de Dios, sin embargo, no son un juego de adivinanzas. Más bien, se basan en su infinita sabiduría. Él sabe la respuesta correcta, incluso antes de que se la pidamos. «Sea el nombre de Dios bendito por los siglos de los siglos, porque la sabiduría y el poder son de él» (Dan. 2: 20, BA).

Dios nos ama tanto que no nos priva de buenos regalos.

La Biblia nos asegura que Dios «nada bueno niega a los que andan en integridad» (Sal. 84: 11). Sus regalos son buenos y perfectos (Sant. 1: 17). En ocasiones los regalos que recibimos de nuestros amigos son inferiores o reciclados. Por supuesto, estos no tienen que ser costosos para ser preciados. ¿Alguna vez recibió un regalo y descubrió que la persona que se lo dio lo había recibido de alguien más y terminó dándoselo a usted? Eso es un regalo reciclado. Sin embargo, Dios sabe exactamente lo que necesitamos. De hecho, sabe lo que es mejor para nosotros aun más que nosotros mismos, y eso es exactamente lo que nos dará.

Dios ha prometido que contestará nuestras oraciones.

«Por tanto, os digo que todo lo que pidáis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá» (Mar. 11: 24). ¡Qué poderosa promesa! ¡Es incluso mejor que recibir un cheque en blanco de un multimillonario que le haya autorizado a cobrar cualquier cantidad que desee! No obstante a lo expuesto la realidad sigue siendo que Dios no siempre nos da lo que le pedimos. ¿Por qué? Pues porque hay oraciones que Dios no puede contestar. Permítanos explicarle con detenimiento esta idea.

Hay oraciones que Dios no puede contestar

Las oraciones de los idólatras.

Cualquier cosa que lleguemos a amar más que a Dios es un ídolo, y Dios nos advierte que él no contestará las oraciones de los idólatras. «Pero ciertamente yo esconderé mi rostro en aquel día, por todo el mal que ellos habrán hecho, por haberse vuelto a dioses ajenos» (Deut. 31: 18). Los paganos hacen y adoran ídolos de madera, piedra y otros materiales; pero, los ídolos también pueden ser: nuestro cónyuge, nuestro trabajo, algún entretenimiento, una casa o posesiones. Dios dio órdenes muy específicas en relación con los ídolos. No debemos hacerlos ni honrarlos. «No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza […]. No te inclinarás a ellas ni las honrarás» (Éxo. 20: 3-5).

No debemos tener un corazón dividido, porque Jesús dice que no podemos servir a dos señores (Mat. 6: 24). Debemos elegir a quién daremos nuestro corazón. Si nos aferramos a nuestros ídolos, Dios nos entregará a ellos: «Efraín es dado a ídolos, ¡déjalo!» (Ose. 4: 17).

Las oraciones de las personas codiciosas o egoístas.

Simón había sido un hechicero, pero fue bautizado después de escuchar la predicación de los apóstoles. Sin embargo, al ver los milagros que ellos realizaban y que cuando imponían las manos sobre las personas estas recibían el Espíritu Santo, codició el don del Espíritu Santo y quiso comprarlo: «Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo» (Hech. 8: 19). Pedro reprendió a Simón y lo instó a arrepentirse y pedir perdón porque su corazón no era «recto delante de Dios» (vers. 21).

Evitemos hacer peticiones que sean solamente para nuestro propio beneficio. Debemos hacer un esfuerzo para incluir a otros en nuestras oraciones. Con demasiada frecuencia nuestras oraciones parecen la lista de peticiones a Santa Claus, y esto es un indicio de egoísmo. El apóstol Santiago nos anima a orar por los motivos correctos: «Pedís, pero no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (Sant. 4: 3). «Nadie ora como es debido si solamente pide bendiciones para sí mismo» (Hijos e hijas de Dios, p. 269). El objetivo de la oración es hacernos más como Jesús. Una forma de ser como él, es dejar de ser egoístas y que cada uno «considere al otro como más importante que a sí mismo» (Fil. 2: 3, NBLH).

Las oraciones de aquellos que se aferran al pecado.

El salmista declara: «Si en mi corazón hubiera yo mirado a la maldad, el Señor no me habría escuchado» (Sal. 66: 18). Vivir una vida de pecado hace que nos separemos de Dios (Isa. 59: 1, 2). Sin embargo, hay quienes se niegan a dejar a un lado sus pecados, a pesar de lo mucho que esto los pone en peligro.

En la India hay muchos monos y los nativos ponen trampas para capturarlos. Colocan una banana en una botella y la adhieren al suelo. Luego esperan al mono. El cuello de la botella es lo suficientemente grande para que su mano pueda entrar. El mono se acerca y, viendo la banana en la botella, introduce su mano para tomarla. Mientras el mono está aferrado a la banana, es incapaz de sacar su mano de la botella. Permanece allí luchando por liberarse pero sin soltar la banana, hasta que finalmente es capturado. Si tan solo soltara la banana, sería libre y estaría a salvo.

Lo mismo hacemos nosotros. No estamos dispuestos a soltar nuestros pecados y, como resultado, Dios no puede responder nuestras oraciones. Solo «la oración del justo puede mucho» (Sant. 5: 16). «El sacrificio que ofrecen los malvados es abominable para Jehová; la oración de los rectos es su gozo» (Prov. 15: 8).

Las oraciones sin fe.

Según Hebreos 11: 6: «Sin fe es imposible agradar a Dios». Este mismo pasaje define la fe como «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (vers. 1). Fe es dejar todo en manos de Dios, con la seguridad de que él sabe mejor lo que necesitamos y lo que debe hacerse en cada situación. La fe es como nuestra red de seguridad, una guía infalible. La Biblia dice que «por fe andamos, no por vista» (2 Cor. 5: 7).

La Palabra de Dios menciona a varios cristianos que fueron recompensados por su fe: Abraham, que estuvo dispuesto a ofrecer a su hijo; Noé, que confió en Dios y advirtió sobre la inminente inundación; los tres jóvenes hebreos, que estuvieron listos para entrar en el horno de fuego; Daniel, que fue arrojado al foso de los leones; el centurión, cuyo siervo fue sanado por su fe. La fe es necesaria para nuestra existencia misma, ya que «el justo por la fe vivirá» (Rom. 1: 17). Dios escucha la oración que viene acompañada de fe. La oración de fe vence a Satanás. «La oración de fe es la gran fortaleza del cristiano y ciertamente prevalecerá contra Satanás» (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 267).

Las oraciones de los autosuficientes y los orgullosos.

Jesús contó una parábola sobre un fariseo y un publicano que fueron al templo a orar. El fariseo se jactó de un sinnúmero de virtudes, comparándose con el recaudador de impuestos, a quien consideraba inferior a él. La persona orgullosa se acerca a Dios basándose en sus propios méritos y su autosuficiencia. En contraste con el fariseo orgulloso, el recaudador de impuestos «no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”» (Luc. 18: 13). La oración del recaudador de impuestos fue aprobada por Jesús.

El orgullo y la autosuficiencia son ofensivos a Dios, y forman una barrera entre él y nosotros. «Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, pero al altivo mira de lejos» (Sal. 138: 6). Nosotros no tenemos mérito alguno para acercarnos a Dios. De hecho, solo podemos acercarnos a la Majestad del cielo a través de Jesús. Solo él puede abrir la puerta, hacia la presencia de Dios, para nosotros. Por eso dice: «Yo soy la puerta» (Juan 10: 9).

Aprender a orar con poder

Algunos cristianos devotos tienen una conexión muy estrecha y especial con Dios. Parecieran poseer un poder poco común como resultado de su línea directa con el cielo. Jacob tenía poder para luchar «con Dios y con los hombres» (Gén. 32: 28) y prevalecer. Moisés tenía comunicación directa y personal con Dios: «El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como cuando alguien habla con un amigo» (Éxo. 33: 11, NTV). Cuando Elías oró durante el sacrificio de la tarde en el Monte Carmelo, Dios respondió con fuego (1 Rey. 18: 36-39). La iglesia del Nuevo Testamento oró mientras Pedro estaba en la cárcel, «y las cadenas se le cayeron de las manos» y fue rescatado por un ángel (Hech. 12: 7).

La oración de poder no es una predisposición con la que nacemos, es un hábito que adquirimos, se puede aprender. ¿Cómo podemos aprender? En primer lugar, debemos desear aprender. Los discípulos de Jesús tenían ese deseo. «Señor, enséñanos a orar» (Luc. 11: 1), dijeron. Debemos entonces estar dispuestos a ser enseñados a orar por el Espíritu Santo. Los siguientes principios le ayudarán a aprender a orar con poder:

Estudie lo que la Palabra de Dios dice en cuanto a su necesidad o requerimiento específico.

Tenemos la ventaja de contar con las Escrituras. En ellas Dios promete que todas nuestras necesidades serán abastecidas. «Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Fil. 4: 19). Si usted necesita orientación, pídala en oración y Dios lo dirigirá de manera precisa. «Confía en Jehová con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos y él hará derechas tus veredas» (Prov. 3: 5-6). Dios siempre «nos guiará aun más allá de la muerte» (Sal. 48: 14). El estudio de la Palabra nos da sabiduría.

Timothy Keller hace una observación pertinente: «Sin sumergirnos en las palabras de Dios, nuestras oraciones no solo pueden resultar limitadas y superficiales, sino también desfasadas de la realidad. Podríamos no estar respondiendo al Dios verdadero, sino a lo que deseamos de Dios y de la vida. De hecho, si lo permitimos, nuestros corazones tenderán a crear un Dios que no existe».

Podemos confiar en la Biblia porque es la Palabra inspirada de Dios. Pablo le recordó a Timoteo, su hijo en la fe: «Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia» (2 Tim. 3: 15, 16).

Sea lo más específico posible en sus peticiones.

Fíjese en la actitud de Jesús frente al ciego en el camino a Jericó. «Cuando llegó, le preguntó, diciendo: “¿Qué quieres que te haga?”. Y él dijo: “Señor, que reciba la vista”» (Luc. 18: 41). Nehemías es otro ejemplo de alguien que hizo una petición específica: «Haz que el rey me reciba bien y que yo tenga éxito» (Neh. 1: 11, TLA). David oró: «Líbrame de homicidios» (Sal. 51: 14). Ana oró al Señor para que le quitase su esterilidad: «No te olvides de mí. Si me das un hijo, yo te lo entregaré» (1 Sam. 1: 11, TLA).

El motivo de ser específicos no es que Dios no sepa o entienda nuestras necesidades o deseos, sino que él quiere que declaremos exactamente lo que queremos. Él conoce nuestras peticiones antes de hacerlas. «Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis» (Mat. 6: 8). Murray observa que muchas de nuestras oraciones son vagas y sin sentido porque no somos específicos en cuanto a nuestras solicitudes.Debemos ser específicos.

Acérquese a Dios con un corazón limpio.

«¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón» (Sal. 24: 3, 4). Dios está dispuesto a aceptarnos como somos. Aun así, cuando nos damos cuenta de la inmundicia de nuestro corazón, debemos arrepentirnos y pedir perdón, y entonces él nos limpiará. Seguidamente, iremos al Padre con un corazón limpio a presentar nuestras peticiones. Jesús dijo en varias ocasiones

«Vete; desde ahora no peques más» (Juan 8: 11, BA). Esto demuestra la importancia que tiene para él que tengamos las manos y los corazones limpios. «Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones» (Sant. 4: 8).

Reclame promesas específicas de Dios.

Nuestro Dios cumple sus promesas. Él «guarda el pacto y la misericordia para con aquellos que le aman y guardan sus mandamientos» (Neh. 1: 5, BA). Es realmente bueno servir a un Dios que es fiel y digno de confianza. Dios nunca nos ha fallado y tampoco nos fallará en el futuro. «Pues todas las promesas de Dios se cumplieron en Cristo con un resonante “¡sí!”» (2 Cor. 1: 20, NTV). ¡Qué consuelo para nosotros! Tenemos un Padre que mantiene y cumple sus promesas, un Dios de «preciosas y grandísimas promesas» (2 Ped. 1: 4).

Visualice la presencia de Dios al orar.

La oración es una conversación con un Dios real y personal. Hable con él como lo haría con un amigo. Dios no está lejos. En los últimos años, la tecnología de las comunicaciones ha dado grandes avances para reducir la brecha de la distancia. La gente puede ver las imágenes de sus amigos y familiares a través de servicios como Skype y FaceTime. Las conversaciones ya no se limitan a llamadas telefónicas. Dios, sin embargo, no necesita ayuda de la tecnología. Él siempre ha estado presente con su pueblo. Estuvo cerca de Moisés en la zarza ardiente (Éxo. 3: 1-5). Estuvo en el fuego con los tres jóvenes hebreos (Dan. 3: 23-25). Estuvo con los discípulos en la tormenta (Mat. 8: 23-27). Jacob, en la soledad de Betel, pudo decir: «Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía» (Gén. 28: 16). Por esto, recordemos que Dios está con nosotros en cualquier lugar y en todas partes. Él, «ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros» (Hech. 17: 27).

Manténgase concentrado.

Debemos tomar el control de nuestros pensamientos errantes. Cuando sea posible, establezca un entorno propicio para la oración. Habrá momentos en los que usted se encontrará conduciendo, o en medio de una multitud, o en situaciones en las que no podrá seguir el consejo de: «Entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre» (Mat. 6: 6). Aun así podemos orar a Dios. Sin embargo, en lo posible debemos emplear métodos para mantener una conversación mental con él, encontrando un ambiente tranquilo. La naturaleza es excelente para esto. Una música suave es también muy útil. Por encima de todo, la sinceridad y el fervor son importantes: «La oración eficaz del justo puede mucho» (Sant. 5: 16).

Para obtener resultados de nuestras oraciones, debemos presentar nuestras solicitudes con vehemencia. Mantener nuestras mentes siempre pensando en Dios (Isa. 26: 3) nos ayuda a permanecer enfocados. «Estad quietos y conoced que yo soy Dios» (Sal. 46: 10). En ocasiones nuestro hablar incesante ahoga la voz de Dios. Es mejor dedicar tiempo a escuchar lo que Dios tiene para decirnos, que decirle lo que queremos que haga por nosotros. Cuando el apóstol Pablo tuvo su encuentro con Jesús en el camino a Damasco, humildemente le preguntó: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?» (Hech. 9: 6).

El ayuno muchas veces nos puede ayudar a mantener la concentración durante los períodos de oración. Cuando los discípulos de Jesús no pudieron expulsar el demonio de un muchacho enfermo, él les dijo: «Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno» (Mar. 9: 29). Hay diferentes maneras de ayunar, absteniéndose tanto parcial como completamente de los alimentos.

Persevere en la oración.

En la Biblia encontramos varios ejemplos de personas que tuvieron éxito en la oración por su perseverancia. Se nos insta: «Orad sin cesar» (1 Tes. 5: 17). En otras palabras, la oración debe ser un estilo de vida. Debemos orar varias veces al día, incluso al hacer las tareas cotidianas. Siempre hay lugar para una oración y esto facilita nuestra perseverancia en ella. Cuando Jacob luchó con Dios, insistió: «No te dejaré, si no me bendices» (Gén. 32: 26). Jesús contó la historia de un juez injusto a quien una viuda solicitó ayuda, y que debido a su persistencia fue escuchada por el juez (Luc. 18: 1-8).

La perseverancia nos ayuda a desarrollar la paciencia. Y la paciencia es una virtud esencial. «Mas los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán» (Isa. 40: 31). El salmista nos aconseja: «¡Espera en Jehová! ¡Esfuérzate y aliéntese tu corazón! ¡Sí, espera en Jehová!» (Sal. 27: 14). El pueblo de Dios que ejercite la paciencia, será recompensado en la Segunda Venida de Cristo.

Muchos pierden las bendiciones que Dios desea darles porque se dan por vencidos demasiado pronto. ¿Qué habría pasado si Naamán el leproso, a quien le ordenaron sumergirse en el río Jordán siete veces, se hubiese detenido en la sexta zambullida? (2 Rey. 5: 1-14). Dios nos dé las fuerzas para perseverar.

Ore con la fe sencilla de un niño.

El evangelio de Marcos nos cuenta la historia de Jairo, un líder de la sinagoga cuya hija yacía moribunda. Jairo se acercó a Jesús y le pidió que colocara sus manos sobre ella para que sanase y viviera. Pero mientras el líder de la sinagoga ando con Jesús, un mensajero de su casa llegó anunciando que su hija había muerto, por lo que ya no había necesidad de molestar al Maestro. Cuando Jesús escuchó el mensaje, se volvió a Jairo y le dijo: «No tengas miedo. Solo ten fe» (Mar. 5: 36, NTV). Jesús, acompañado de Pedro, Santiago y Juan, fue a su casa, donde se encontraron con una escena de gran duelo. Jesús les dijo: «¿Por qué tanto alboroto y llanto? La niña no está muerta; solo duerme» (vers. 39, NTV).

La gente se rió de él. Jesús sacó a toda la gente de la sala, excepto los padres de la niña, y sus discípulos; entonces, se acercó a la cama de la niña y le dijo: «¡Niña, levántate!» (vers. 41, NTV). Inmediatamente, la niña se levantó y caminó. La fe de Jairo fue recompensada.

Como Eliseo estaba constantemente revelando los secretos del ejército sirio al rey de Israel, el rey de Siria envió un ejército para capturarlo. Cuando el siervo de Eliseo vio que la pequeña ciudad donde se alojaban estaba rodeada por el ejército sirio, temió por su seguridad y dijo a Eliseo: «¡Ah, señor mío! ¿Qué haremos?» (2 Rey. 6: 15).

Eliseo le respondió: «No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos» (vers. 16). Entonces Eliseo oró para que Dios abriera los ojos de su siervo y así pudiera ver la protección que Dios había provisto. «Jehová abrió entonces los ojos del criado, y este vio que el monte estaba lleno de gente de a caballo y de carros de fuego alrededor de Eliseo» (vers. 17). Fe es ver su petición en oración como una acción que Dios ya ha completado. Es saber que la respuesta está en camino. «La oración de fe nunca se pierde» (Testimonios para la Iglesia, t. 1, p. 211).

Sométase a la voluntad de Dios.

«Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye» (1 Juan 5: 14). Esto a veces resulta difícil porque la voluntad humana y la voluntad de Dios muchas veces se contradicen (Gál. 5: 17). En ocasiones, los caminos de Dios no son nuestros caminos (Isa. 55: 8).

Pedro, Santiago y Juan eran pescadores experimentados. Ellos habían estado pescando toda la noche y no habían conseguido nada. Entonces Jesús ordenó: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar» (Luc. 5: 4). Pedro se mostró reacio, ya que habían tratado de pescar toda la noche sin éxito. Pero su respuesta de sumisión a Jesús es digna de admirar: «En tu palabra echaré la red» (vers. 5). En otras palabras, a pesar de que no parecía lógico, Pedro estaba diciendo: «Si das la orden, estoy dispuesto a obedecer». El resultado fue que capturaron peces como nunca antes lo habían hecho. Sus redes se rompían y los barcos comenzaban a hundirse por el peso de la pesca.

Jesús dijo: «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho» (Juan 15: 7). El apóstol Juan asegura lo siguiente: «Cualquier cosa que pidamos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él» (1 Juan 3: 22). «Nuestras oraciones deben pedirle a Dios que nos ayude a hacer lo que él bendice, y no que bendiga lo que nosotros hacemos. Dios no está interesado en nuestras circunstancias, sino en nuestra actitud. Cuando nuestra actitud es la correcta, nuestras oraciones se ajustan a su voluntad y nos benefician, a veces en formas mucho mayores de lo que podríamos haber previsto o imaginado».

Debemos someternos a la voluntad de Dios, aun cuando no nos guste el consejo que recibimos. El rey Acab sufrió las terribles consecuencias de rechazar el consejo de Micaías, el profeta de Dios, lo que resultó no solo en la pérdida de la batalla, sino también de su vida (1 Rey. 22: 1-37).

Ore en el nombre de Jesús.

«Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré» (Juan 14: 13, 14). «En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo que todo cuanto pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo» (Juan 16: 23, 24).

¿Alguna vez ha experimentado el poder del nombre de algún amigo? Hace muchos años, nuestra hija menor tuvo que viajar a la universidad sola porque yo no pude acompañarla en ese momento. El plan era que nos reuniríamos dos días después y pasaría una semana con ella ayudándola a instalarse. Aun así, mi corazón de padre no estaba en paz con el acuerdo. Pensaba: «Si supiera de alguien que pudiera encontrase con nuestra hija y ayudarla hasta que yo pudiera llegar». Entonces, susurré: «Señor, es nuestra bebé, por favor ayuda a que todo le salga bien».

Poco antes del viaje, me encontré con alguien que conocía a un pastor que vivía cerca de la universidad. Esta persona me dio la información de contacto del pastor y con confianza me aseguró: «Solo debes llamar de parte mía y decirle que yo te di su información de contacto. Todo va a estar bien». Mis temores se disiparon. El contacto se hizo, y el plan funcionó a la perfección y con éxito. Hice la petición en nombre de mi amigo. La autenticidad de su nombre me abrió las puertas.

Orar en el nombre de Jesús es más que añadir la frase «en el nombre de Jesús» al final de cada oración. Es acercarse al trono de Dios en el espíritu de Cristo. Es tener la mente de Cristo. «Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre» (Efe. 2: 18). Es reconocer que Jesús es el camino, y «que nadie viene al Padre sino por [él]» (Juan 14: 6). Es decidir seguir los pasos de Jesús y aceptar su voluntad. Hay poder en el nombre de Jesús. «Presentad, pues, vuestra petición ante el Padre en el nombre de Jesús. Dios honrará tal nombre» (Palabras de vida del gran Maestro, cap. 12, p. 114).

«Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil. 2: 9-11).

Alabe y dé gracias a Dios de antemano por responder.

¿Alguna ha sentido que algo que desea ya es suyo? ¿Alguna vez ha celebrado una victoria, un cumpleaños o un aniversario por adelantado? En esos momentos, el éxito y el logro son muy reales para usted, y no hay dudas en su corazón. El salmista nos anima a tener un corazón agradecido. «Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza. ¡Alabadlo, bendecid su nombre!» (Sal. 100: 4).

El profeta Isaías declara: «Sin embargo, Jehová esperará para tener piedad de vosotros. A pesar de todo, será exaltado y tendrá de vosotros misericordia, porque Jehová es Dios justo. ¡Bienaventurados todos los que confían en él!» (Isa. 30: 18). Andrew Murray dilucida este texto al decir: «No solo debemos pensar en lo que esperamos de Dios, sino también en algo aun más maravilloso: en lo que Dios espera de nosotros. La imagen de Dios esperando por nosotros, dará un nuevo impulso e inspiración a nuestra espera en él. Producirá una indecible confianza de que nuestra espera no será en vano».

En la Biblia encontramos ejemplos de oración y agradecimiento. Pablo y Silas entonaban himnos a Dios mientras estaban inmovilizados en el cepo en la prisión. «Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios» (Hech. 16: 25). En la tumba de Lázaro, Jesús oró y dio gracias: «Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído”» (Juan 11: 41). ¡¿Qué mejor ejemplo que el de Jesús, que mostró un espíritu de agradecimiento?! «Por nada estéis angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Fil. 4: 6).

Entienda que nuestro Padre celestial es demasiado amoroso y sabio para darnos siempre lo que pedimos.

A veces los niños piden regalos que no son buenos para ellos, que son peligrosos o demasiado difíciles de manejar. La mayoría de los padres son cuidadosos al seleccionar los juguetes o regalos que dan a sus hijos. Por eso, cada año, justo antes de Navidad, varias organizaciones publican una lista de juguetes que no son recomendables para los niños. Por ejemplo, en noviembre de 2014, la organización World Against Toys Causing Harm [Organización mundial contra los juguetes dañinos] publicó su lista anual de los «diez peores juguetes». La lista incluía juguetes como un martillo de batalla para niños de tres años, armas de fuego, fuegos artificiales para niños pequeños, y un arco que dispara flechas de juguete a más de cuarenta metros de distancia.

Dios sabe cuáles «juguetes» son adecuados para nosotros y cuales no en un momento dado. Podemos estar seguros de que si él se abstiene de darnos algo de lo que le pedimos, es por nuestro bien. Cuando Pablo pidió que le fuera quitada la «espina en la carne» (2 Cor. 12: 7, BA), Dios no accedió a su solicitud. En lugar de ello, le dijo al apóstol: «Bástate mi gracia» (2 Cor. 12: 9). Pablo aceptó la decisión de Dios y se mantuvo firme en la fe, a pesar del hecho de no ser sanado. Debemos confiar en Dios, que en su sabiduría conoce el fin desde el principio pues es «sabio y poderoso» (Dan. 2: 20, TLA). Así como los padres terrenales son cuidadosos con los regalos que dan a sus hijos, nuestro Padre celestial nos da lo que sabe que es mejor para nosotros. «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?» (Mat. 7: 11).

Dios no siempre contesta nuestras oraciones de la manera que esperamos

«La oración no baja a Dios hasta nosotros, sino que nos eleva hacia él» (El camino a Cristo, cap. 11, p. 138). La oración no tiene la función de generar un cambio en Dios, sino un cambio en nosotros. No tiene la función de informar a Dios sobre algo que él no sabe, sino la de ayudarnos a entender cuál es su voluntad. Dios tiene diferentes maneras de enviar sus respuestas a nuestras oraciones. Estas son:

  • Estampando la respuesta en nuestra mente a través del Espíritu Santo (Isa. 30: 21; Juan 16: 13)
  • A través de su Palabra (Sal. 119: 105; 2 Tim. 3: 16).
  • A través de sus siervos inspirados(Amós 3: 7; Dan. 9: 6, 10; Heb. 1: 1; Jer. 29: 19).
  • A través de la iglesia (Mat. 18: 17; Hech. 6: 1-7; 13: 1-3; 15: 22-29).
  • A través de ángeles (Luc. 24: 4-7; Hech. 1: 10, 11; 8: 26; 27: 20-24).
  • Directamente (Saulo en el camino a Damasco, Hech. 9: 3-6; Moisés en el Monte Sinaí, Éxo. 19: 19; Josué después de la muerte de Moisés, Jos. 1: 1-9; Samuel en el tabernáculo, 1 Sam. 3: 3-14).
  • A través de visiones y sueños (Hech. 2: 17; 9: 10-12; 10: 1-20).
  • A través de provisiones milagrosas (mostrándole a Agar el pozo, Gén. 21: 19).

Dios quiere responder nuestras oraciones

La cruz es la prueba absoluta de que Dios quiere concedernos nuestras peticiones. «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Rom. 8: 32).

Era el día de reposo. Los fariseos acababan de acusar a Jesús y a sus discípulos de quebrantar el sábado porque habían arrancado espigas para comer. Jesús terminó su conversación con palabras de autoridad: «Porque el Hijo del hombre es Señor del sábado» (Mat. 12: 8). Entonces la escena cambia. Jesús entra en la sinagoga y encuentra a un hombre con una mano seca. Los judíos no dejarían perder otra oportunidad para acusarle. Exigen que les diga si es lícito sanar en el día de reposo. La inesperada respuesta de Jesús es: «Es lícito hacer bien en el día de reposo» (vers. 12, BA). Entonces, obedeciendo el mandato de Jesús, el hombre extiende su mano seca y esta es sanada (vers. 13). Dios está ansioso por concedernos una variedad de peticiones, incluidas solicitudes de sanidad, éxito económico, progreso académico, mejoramiento espiritual y felicidad en nuestras relaciones. Lo único que debemos hacer es estirar la mano para recibir sus bendiciones.

Los pasillos del área pediátrica del hospital estaban hermosamente decorados. Había flores frescas y globos. Al final del pasillo había un enorme cartel que decía: «¡Bienvenido, señor Presidente!». El presidente de la nación y su séquito visitarían habitación por habitación, dando regalos de Navidad a los niños y niñas enfermas. Sentía la emoción en aquella planta. ¡Este sería un día inolvidable! Cada pequeño paciente recibiría un presente y un apretón de manos del presidente.

Finalmente, el presidente y sus acompañantes llegaron a la habitación 201. En la cama yacía el pálido Tomasito, con vendas en la cabeza. El presidente colocó el regalo en la cama de Tomasito y le tendió la mano para saludarlo. El niño no estrechó la mano del presidente. Después de persuadirlo, Tomasito extendió su puño cerrado para que el Presidente lo estrechara.

Cuando la importante visita se fue, una enfermera curiosa abrió la mano del niño para saber por qué la había mantenido cerrada. En su mano había una canica de vidrio. Era como si Tomasito hubiera valorado más su pequeña canica que un apretón de manos del hombre más importante de la nación.

Muy a menudo nos aferramos a nuestros propios pensamientos e ideas como un niño que se aferra a una baratija. Nos olvidamos de que tenemos un Dios grande y poderoso que gobierna el universo. Incluso pasamos por alto que él es sabio, capaz y amoroso. Él nos quiere ayudar y tiene la respuesta a nuestros problemas. ¿Por qué no nos aferramos más bien a Dios?

Autor: Jansen y Gloria Trotman

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